Mueran hacia un nuevo día (23/09/1968)

628

( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 06 cap. 57 )

Mueran hacia un nuevo día.

23 de Septiembre de 1968

Prashanti Nilayam

Aniversario del Hospital Sathya Sai

ESTA ES UNA celebración convencional, el 120 aniversario del Hospital Sathya Sai, presidida por el director del Colegio de Medicina de Goa y con la participación de esta vasta reunión de devotos de todas partes de la India. El funcionario médico presenta el informe anual y da los detalles de los pacientes internos y externos tratados, así como otras señales de progreso. Pero el informe, naturalmente, no trata de la cuestión básica: ¿Para qué fin debe mantenerse la salud?, ¿cuál es el mejor uso que se le puede dar al cuerpo? Porque el cuerpo, con todo su arsenal de sentidos, intelecto, emociones y memoria, es un instrumento, un implemento, un carro que uno usa para moverse hacia una determinada meta. El dueño del carro es siempre más importante que el carro mismo; es por su bien que el carro debe ser mantenido en buena forma y funcionamiento. La duración de la vida está bajo el control de aquel que dio la vida, el Creador. No depende de las calorías de los alimentos consumidos ni de la cantidad de medicinas inyectadas ni de la aptitud del médico que las prescribe.

Las principales causas de la mala salud y de la muerte son el temor y la pérdida de la fe. Si uno se concentra en el Alma, que no tiene características ni cambios, que no sufre senilidad ni declinación ni daño, el hombre puede vencer a la muerte. Por lo tanto, la prescripción más efectiva es la inyección de conocimiento del Alma, como el verdadero ser de uno.

La muerte acecha a su presa en todas partes, en todos momentos, con una determinación inexorable. Persigue a sus víctimas a hospitales, estaciones ferroviarias, teatros, aeroplanos, submarinos; de hecho, nadie puede escapar de ella ni protegerse de su llegada. Sólo Dios es el dador de la vida, el guardián de la vida y la meta de la vida. No contemplen a la muerte; es sólo un incidente en la vida; contemplen a Dios, que es el amo de toda vida, a Dios, que es el morador interno en este marco físico. Tengan conciencia de él durante toda su vida y ofrezcan toda su actividad su respiración, sus palabras, sus pasos, su ganancia y sus gastos a él, pues es por él y a través de él que fueron capaces de hacer todas estas cosas. Caer enfermos y llamar a un doctor es una cosa anormal, degradante. Una vez que se hayan ofrecido a Dios, todo debe estar bien en ustedes, entonces nada puede estar enfermo.

Regulen sus hábitos alimentarios; restrinjan la codicia de la lengua. Coman sólo alimentos sátvicos, los que conducen a la ecuanimidad, dedíquense sólo a recreaciones sátvicas; entonces podrán estar libres de la mala salud física y mental. Soporten la calumnia, la pérdida, el desengaño y la derrota con valor y ecuanimidad; entonces no podrá vencerlos ninguna depresión mental. Debo decirles que soy feliz cuando alguien de ustedes está sufriendo, pues eso les da una oportunidad de demostrar su inteligencia y sentido de los valores. Harischandra, el emperador que se apegó a la verdad a pesar de dolorosos trabajos que podría haberse evitado con la pronunciación de una sola mentira, sufrió una serie de terribles desastres: pobreza, exilio, persecución de su acreedor, y tuvo que vender como esclavos a su reina, a su hijo y a él mismo y someterse al degradante trabajo que le asignó su amo a cargo de un crematorio en Benares: cobrar el importe de la incineración. Nunca se doblegó ni se quebrantó, sino que se aferró a su determinación de no ceder al llamado de la improbidad.

El Nombre de Dios es el tónico más eficaz; alejará toda enfermedad. No se dediquen a la recordación del Nombre como un pasatiempo, una moda o una fase pasajera o como la parte desagradable de un programa impuesto o como una ingrata cuota que debe ser pagada cada día. Piensen en ello como una práctica espiritual para ser asumida seriamente con el fin de reducir su apego a los objetos pasajeros, purificándolos y fortaleciéndolos y liberándolos del ciclo de nacimientos y muertes. Aférrense a ella como el medio que los salvará de todo, de todas las ataduras de tiempo y cambio. Se ve como una frágil cura para una enfermedad tan temible, pero es una panacea.

La excusa común para escapar de este urgente deber para consigo mismos es que no tienen tiempo para esa práctica dentro del agitado programa de actividades que se ha vuelto el destino del hombre en la actualidad. Si la carga de cientos de distintas tareas puede ser soportada porque es inevitable, ¿puede el trabajo adicional de la recordación del Nombre ser un agregado tan indeseable? Aquel que lleva cien cosas seguramente puede llevar una más. Además, ésta es una actividad básica, permanente, no parte de un programa de actos. Tiene que volverse tan imprescindible como la respiración, tan bien acogida por la lengua como el azúcar, tan esencial para una vida feliz como el sueño, el alimento o el agua. Esta siempre presente tarea aliviará la carga de todas las otras cien tareas, las hará más valiosas. Levántense cada día con el pensamiento de Dios, pasen cada día con el Nombre de Dios, vuelvan a la cama con el pensamiento de la gloria que está contenida en su Nombre.

Se acuestan un cierto día, ¡y cuando despiertan descubren que la fecha y el día han cambiado! Han envejecido un día más; la muerte se ha acercado un día más. Mucha agua ha corrido bajo el puente. Similarmente, cuando entran al sueño largo (la muerte), ocurren grandes cambios; se despiertan a una nueva fecha y a un nuevo día, con viejas tendencias y rasgos que afectan todavía la nueva encarnación. La vida es una larga prueba; estén conscientes de esto aun cuando las cosas parezcan ser muy gratificantes. En cualquier momento el camino puede terminar en un pantano, el cielo puede oscurecerse, la fortuna puede alejarse. Gánense la espada del conocimiento para desgarrar el velo de lo ilusorio. Discriminen a tiempo entre lo real y lo irreal, durante el viaje hacia la meta. Si el ojo no los está ayudando a obtener la inacabable alegría de ver a Dios en cada cosa que pone ante su mente, es mucho mejor estar ciego; si su oído los arrastra al reino de la cacofonía, es mucho mejor estar sordo. Los sentidos no deben sumergirlos en lo sensorial; deben servir a sus verdaderos intereses y sublimar sus deseos y apetitos. Ése es el único camino para asegurar la salud y la felicidad.

Prashanti Nilayam

23 IX 68