Había una vez en una cárcel, un alma muy pura y dedicada a ideales espirituales, que practicaba disciplinas espirituales con mucho cuidado. Había avanzado mucho en la meditación y la concentración. Sin embargo, un día, cuando se sentó para meditar, sintió que surgían en él emociones muy salvajes, y se asombró al ver que no podía, a pesar de un tremendo esfuerzo, suprimir los pensamientos asesinos y de odio que se habían apoderado de él. Se agitaba en agonía, y también su gurú estaba perturbado por lo que ocurría. El gurú examinó en profundidad la historia del discípulo, pero no pudo hallar ninguna razón válida para la tragedia. Por fin, descubrió que cierto fanático asesino había actuado como cocinero, en la cocina de la prisión, el día previo a la calamidad, y sus pensamientos de odio habían impregnado los alimentos que cocinó. Formas de pensamiento sutiles e invisibles pueden pasar de una persona a otra por tales medios. (Discurso Divino, 10 de octubre de 1961)