Un día, la deidad Dakshinamurti caminaba solo por una ancha playa, inmerso en profunda meditación. A la distancia vio una ramita seca en la cresta de una ola, que fue pasando de una a otra ola, de sima a cresta, de cresta a sima, hasta ser arrojada sobre la arena de la playa, cerca de él. Se sintió asombrado ante el egoísmo del océano, que no daba asilo siquiera a una pequeña ramita. Percibiendo su reacción, el océano declaró, en palabras que él pudo comprender: «Lo mío no es egoísmo ni ira; es solo defensa propia. No debo permitir la más ligera mancha que desfigure mi grandeza. Si permitiera que esta ramita mancille mi esplendor, sería el primer paso en mi caída». Entonces, Dakshinamurti sonrió para sus adentros, admirando la vigilancia del inmenso océano. Consideró el incidente como una gran lección en el esfuerzo espiritual. La más pequeña ramita de deseo, si cae sobre la mente, tiene que ser inmediatamente quitada de las puras aguas, y arrojada fuera. Sathya Sai (Discurso, 29 de julio de 1969).