Se dice que el Señor desea que sus devotos sean más felices, estén más contentos y sean más valientes que el resto. La devoción debería hacer así a una persona, pero no todos los devotos cultivan estos rasgos virtuosos lo suficientemente hondo. ¡Muchos permiten que preciosas oportunidades se desperdicien! Si un padre le otorga cien acres de tierra a cada uno de sus hijos, uno puede que lo cuide bien y recoja cosechas doradas de allí; otro puede que lo deje yermo y se sumerja en la miseria. El equipamiento que cada uno trajo de las vidas previas puede ser diferente, entonces no hay razón en culpar al padre por esta situación. Incluso dentro de la familia, la sangre de una persona puede ser fatal si se transfunde a otro, ¿no es así? Es común que la fuerza espiritual sea más en unos y menos en otros; es proporcional a los esfuerzos de cada quien ahora y en el pasado. La gracia de Dios no es culpable, al igual que la luz: ¡Una persona hace el bien usando luz; otra ejecuta un plan malvado! ¡Hagan que la luz interior brille! Discurso del 25 de enero de 1963