Dhyana (la meditación en el nombre y la forma de Dios) no debe ser vacilante ni oscilar de un ideal a otro. No debe ser reducida a las meras fórmulas mecánicas de un libro de texto, ni a rígidos horarios de respirar a través de narinas alternadas, ni a fijar sin sentido la mirada sobre la punta de la nariz. Es una rigurosa disciplina de los sentidos, de la corriente nerviosa y de las alas de la imaginación. Por eso se dice que dhyana es el valle de la paz que yace al otro lado de una enorme cordillera, con los picos llamados «los seis enemigos». Estos son la lujuria, la ira, la codicia, el apego, el orgullo y la envidia. Debemos escalar la cordillera y llegar a las llanuras que están detrás. Tenemos que rasgar los velos, para que la luz pueda iluminar el camino. Debemos extirpar la catarata del ojo para que pueda verse la Verdad. Maya es el nombre de esa niebla de la ignorancia, esos tormentos de la mente que busca zambullirse en las profundidades del Uno Mismo. Sathya Sai (Discurso, 9 de junio de 1970)