El primer paso en la disciplina espiritual es limpiar el habla. Hablen dulcemente, sin ira. No se vanaglorien de su erudición ni de sus logros. Sean humildes y ansiosos de servir. Conserven sus palabras. Practiquen el silencio. Esto les evitará rencillas, pensamientos ociosos y facciones. Una vez más, practiquen la actitud de alegría cuando otros están alegres, y de tristeza cuando los demás están tristes. Que su corazón se conmueva con simpatía. ¡La alegría y la pena tienen que ser convertidas en servicio; no deben ser solo emociones! Edúquense a sí mismos utilizando la chispa de sabiduría que ha sido implantada en ustedes. Una vez que lo intenten con toda su fuerza, la gracia del Señor estará allí para ayudarlos a avanzar. Cuando sale el sol, no todos los lotos del lago florecen; solo los capullos maduros abren sus pétalos. Los demás esperan su momento. Lo mismo ocurre con las personas. Las diferencias existen debido a la falta de madurez, aunque todas las frutas tengan que madurar y caer algún día. (Discurso, 23 de abril de 1961)