Gracias a los muchos obstáculos y dificultades que sobrevinieron a Prahlada, y debido a los castigos que le fueron infligidos, fue posible para el resto del mundo conocer cuán grande era su devoción. Él nunca tuvo lágrimas en los ojos, ni exhibió dolor mientras los demonios lo dañaban. Solo pronunciaba el nombre del Señor, y pedía al Señor que acudiera a él. Por tal situación, Prahlada pudo promover la devoción y demostrar a los demás cuánto pueden hacer la verdadera fe y la real devoción. Si, en cambio, hubiera sido atendido por su padre con afecto y ternura, si él lo hubiera tomado sobre su regazo, ¿cómo habría conocido el resto del mundo la fe y la devoción de Prahlada? Incluso un diamante obtiene su valor solo si se le cortan facetas. El oro puro no se convierte en un hermoso ornamento a menos que se lo someta a fuertes golpes y se lo ponga en el fuego. En todos los dolores y dificultades debemos reconocer solo caminos hacia la felicidad suprema. («Rosas de verano en las Montañas Azules», 1976, Capítulo 3)