Muy a menudo, las personas que experimentan problemas en la vida se quejan así: «¿Por qué me somete el Señor a pruebas como esta?». La verdad es que el Señor no castiga ni recompensa a nadie. El devoto solo tiene que cumplir con su deber y dejarle los resultados a Dios. Si las acciones son buenas, sus frutos también serán buenos. Si las acciones son malas, los resultados serán igualmente malos. Por eso, no tiene sentido culpar a Dios por lo que experimentamos, sin examinar la naturaleza de nuestras acciones. Se dice que un devoto exclamó: «¡Oh, Señor! Entre los millones de personas que hay sobre la Tierra, ¿cómo se posarán tus ojos en mí? No me miras. ¿No me verás?». El devoto oyó una voz que decía: «¡Oh, devoto! Estás inmerso en tantas actividades, que no has posado la mirada sobre Mí. No me has dedicado ningún pensamiento. Entonces, ¿quién ha olvidado a quién, tú o Yo?». La gente se dedica a preocupaciones mundanas y está profundamente sumergida en actividades seculares. Todos sus pensamientos se relacionan con estas acciones. Se preocupan por relaciones o amigos en distantes lugares del mundo, pero no pueden pensar en Dios, que está tan cerca de ellos. Cuando se hallan en apuros, se lamentan: «Oh, Señor, ¿me has olvidado?». Sathya Sai (Discurso, 3 de mayo de 1987)