La educación no debe tomarse como el proceso de llenar un saco vacío y volcar su contenido, dejando el saco vacío de nuevo. No es que la cabeza tenga que llenarse mediante la educación; es el corazón el que tiene que ser limpiado, expandido e iluminado. La educación es para la vida, no para ganarse la vida. El signo de un hombre educado es la humildad de admitir que no ha podido conocer la vastedad desconocida que aún queda por explorar. El hombre educado debe darse cuenta de que tiene más obligaciones que privilegios, más deberes que derechos. Tiene que servir a la sociedad en medio de la cual está ubicado, y a la herencia que sus ancestros le han otorgado. Debe estar encantado de servir, sin deseo de dominar. Porque el servicio es divino; el servicio hace que la vida valga la pena. El servicio es la mejor manera de utilizar nuestra habilidad, inteligencia, fuerza y recursos. (Discurso, 1 de abril de 1973)