Ustedes se sientan ante el ídolo, encienden el incienso y ofrecen alabanzas mientras adoran, pero no procuran comprender la importancia de la Divinidad que ven en el ídolo. Indaguen en la voluntad de Dios, descubran los mandamientos de Dios, pregúntense qué es lo que más le agrada, y regulen su vida de acuerdo a eso. No se dejen atrapar por los pegajosos enredos de la naturaleza exterior. No endurezcan el corazón con codicia ni odio. Ablándenlo con amor. Límpienlo con hábitos puros de vida y de pensamiento. Utilícenlo como el altar en que instalan a su Dios. Síentanse felices de tener dentro de sí la fuente del poder, la sabiduría y la felicidad. Anuncien que son inconquistables y libres, que no pueden ser tentados ni atemorizados para que hagan el mal. En tanto persista en ustedes un rastro de la conciencia de «soy el cuerpo», tienen que buscar a Dios. Ustedes tienen que aproximarse al espejo; ¡el espejo no avanzará hacia ustedes para mostrarles cómo son en realidad!
(Discurso, 14 de enero de 1970)