Ustedes van de lugar en lugar como encomiendas postales, coleccionando impresiones en el envoltorio exterior, no en el centro de su ser. Un ciego que visita lugares no se preocupa por que sea de día o de noche. De la misma manera, ustedes no diferencian entre un sitio y otro. Se comportan con la misma despreocupación, centrada en los sentidos, en todo tipo de lugares. No permiten que lo sagrado del lugar actúe sobre su mente. Como resultado de los peregrinajes, sus hábitos deben cambiar para bien, su perspectiva tiene que ampliarse y su visión interior debe profundizarse y hacerse más estable. Deben darse cuenta de la omnipresencia de Dios y de la unidad de la humanidad. Deben aprender la tolerancia y la paciencia, la caridad y el servicio. Finalizada la peregrinación, sentados en su hogar, deben reflexionar sobre sus experiencias y decidirse a buscar la más elevada, más rica y más real experiencia de tomar conciencia de Dios. Los bendigo para que puedan adoptar esta determinación, y esforzándose paso a paso, alcancen esa meta. (Discurso, 28 de febrero de 1964)