Cuando Dharmaja perdió su vasto imperio ante sus enemigos, y tuvo que vivir en cavernas en la cordillera del Himalaya con su consorte Draupadi, ella le preguntó un día. «Señor, eres indudablemente el mejor entre aquellos que siguen invariablemente el camino de la rectitud (dharma); ¿por qué te ocurrió tan terrible calamidad?». Ella se sentía abrumada por la pena. Dharmaja respondió: «Draupadi, no lo lamentes. Mira esta cordillera del Himalaya. ¡Qué magnífica y gloriosa es! ¡Qué hermosa y sublime! Es un fenómeno tan espléndido que la amo infinitamente. La encarnación de esta sublime belleza es Dios. Las montañas no necesitan darme nada; simplemente las amo, a ellas y a su Creador, por su belleza. No deseo ningún favor, ni ruego por beneficio alguno. La suprema recompensa por mi amor es Su amor, Draupadi. Que Él me mantenga dnde quiera mantenerme». Así explicó Dharmaja que el amor debe ser divino y espontáneo, y debe ser practicado en consecuencia. (Sathya Sai Vahini, Capítulo 1)