El surgimiento del entusiasmo (14/07/1968)

692

( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 06 cap. 51 )

El surgimiento del entusiasmo

14 de Julio de 1968

Dharmakshetra, Bombay

LA CULTURA DE LA India es reverenciada como una contribución constructiva al bienestar humano, pero sus legítimos herederos la están descuidando y perdiendo la paz y la felicidad que puede dar. Esta cultura es un enorme árbol cuyas ramas se han ido expandiendo por el mundo entero, dando reconfortante sombra a todos los pueblos. Los descubrimientos básicos de esta cultura, que enseñan los métodos para adquirir esa paz y felicidad, no pueden ser cuestionados por la ciencia, pues ésta sólo puede manipular cosas materiales y estudiar sus interacciones, comportamiento, composición y estructura. Además, las hipótesis que hoy se consideran válidas pueden ser negadas por un nuevo conjunto de hechos que salgan a la luz mañana. En cambio, las leyes espirituales que los sabios de la India han descubierto y establecido nunca podrán ser derogadas, pues son válidas para’ siempre. Una mayor investigación sólo puede fortalecer y confirmar su autenticidad, lo mismo que las facetas adicionales sólo pueden hacer más brillante al diamante. La India ha contribuido al mundo con la joya inapreciable de la verdad de que «Dios es el motivador interno de todos los seres» (Bhagavad Gita, 18;61). Hasta que este hecho sea realizado por el individuo, él estará manchado por rasgos de ira, orgullo y odio, pues verá a los demás como separados y diferentes.

Karna, el mayor de los hermanos Pandavas, no sabía que era hermano de los otros cinco, ni los cinco conocían esta verdad. Como consecuencia de esta ignorancia, Karna estaba saturado de odio hacia los cinco hermanos; ansiaba destruirlos y se preparó para luchar contra ellos con todas sus fuerzas.

Los cinco hermanos menores también planearon su destrucción y se comportaban con él como si fuera su enemigo mortal. Cuando Dharmaraja, el mayor de los cinco, llegó a saber después de la muerte de Karna, que ellos habían provocado que éste era su hermano, su pena no tuvo límites. Estaba herido por el desconsuelo y lo desgarraba la desesperación. Si sólo hubiera conocido la verdad, todo este sufrimiento podría haber sido evitado, ¿no es así?

Así también, hasta que ustedes sepan que todos son altares donde el único Dios está instalado, que todos son movidos y motivados por el mismo e idéntico Dios, estarán afligidos por el odio y el orgullo. Una vez que conozcan y experimenten esta verdad, se llenarán de amor y reverencia hacia todos. El bárbaro remedio de la guerra será descartado cuando esta hermandad básica sea sentida por el hombre en lo profundo de su corazón.

Todos los hombres en todos los países son peregrinos que van viajando por el sendero hacia Dios. El avance de cada uno está determinado por la disciplina que adopte, el carácter formado, el ideal mantenido en mente, la guía escogida y la fe implantada. Al igual que los árboles, las plantas, los pájaros y las bestias difieren de una región a otra, los rituales, prácticas, disciplinas e ideales pueden diferir de comunidad a comunidad; cada una es buena para esa región y esa etapa de desarrollo. No pueden trasplantarla de una comunidad humana a otra. La atmósfera en la cual han crecido es la más compatible y conveniente para ustedes.

Fue este principio de amor basado en el reconocimiento de la unidad en Dios el que sembré en África Oriental. El principio del Alma (que es el Dios ola del Dios mar que está en los corazones de todos los hombres) fue declarado por mí en Nairobi y Kampala en mis discursos. El gran entusiasmo que se levantó en Nairobi el día que aterricé ahí, fue algo indescriptible. La gente estaba llena de suprema felicidad; dondequiera que iba, aunque fuera en aviones especiales y sin previo aviso, la gente se reunía en gran número, con los ojos brillantes de alegría y amor.

Sus ojos físicos ven diferentes a los otros países; pero en realidad todos los países son miembros de un solo organismo; todos los cuerpos son activados por el mismo principio. Para Dios, el universo es su mansión. Cada nación es un cuarto, un salón.

Así, cuando yo me muevo de una habitación a otra y regreso, ¿por qué toda esta conmoción y celebración? No siento que hubiera estado en otra casa; todo era tan familiar para mí. Ustedes tampoco deben enfatizar esta aparente distinción, pues para la Divinidad todos son iguales. En Kampala, al comienzo la mayoría de los africanos se agruparon por un lado y los indios del otro; pero al día siguiente, como resultado de mi consejo, se reunieron y sentaron en amistosa compañía, cantando los bhajans al unísono. Y cuando me fui, los africanos junto con sus amigos y compañeros indios derramaron lágrimas cuando pensaban en la separación. ¡Hasta los policías en servicio sollozaban y gritaban «Mi Dios», incapaces de soportar el dolor!

El doctor Munshi describió ahora a Bombay como la ciudad de la fe perdida, y dijo que la gente de aquí valora más a dhana (la riqueza) que a dharma (la rectitud); pero yo sé que los ciudadanos de Bombay están imbuidos de un gran anhelo por lo recto, lo moral y lo espiritualmente elevador. Yo sé que lo anhelan y quisieran adquirirlo, sólo que no tienen ningún conocimiento o experiencia de la disciplina que puede dárselo ni del modo de vida que puede asegurárselo.

Los jóvenes voluntarios que cuidaron el orden y sirvieron en las reuniones en Kampala y Nairobi eran estudiantes; no tenían ninguna experiencia con tal número de personas, cada una ansiosa de acercarse a mí y manifestarme obediencia. Sin embargo, sirvieron notablemente bien. Tenían escaso conocimiento del ceremonial hindú relativo a la recepción y bienvenida, pero atendieron cada detalle con notable anticipación. Ustedes en Bombay me han oído a menudo y están conscientes de las reglas de disciplina que quiero que se observen, pero encontré que los africanos eran mucho mejores en ese sentido. No importaba lo lejos que me moviera entre las enormes multitudes, la gente nunca intentó levantarse y caer a mis pies; ni siquiera se inclinaba para tocarlos, a menos que les indicara que podían hacerlo; todos ofrecieron homenaje sólo en sus corazones. La devoción, cuando no conoce límites, cae fácilmente en la histeria.

Las naciones de Occidente están anhelando ahora la oportunidad de escuchar de mí el mensaje y de aprender la lección de amor, pues han perdido el secreto de la paz interior. Desde los ministros y funcionarios y el alcalde hasta el campesino y el obrero, declararon que nunca antes habían experimentado tal felicidad como la que les dio mi visita. El alcalde de Kamapala dijo cuando yo me iba: «No podemos darle una despedida, pues usted es siempre bienvenido». De ahora en adelante, verán al dharma iluminando con su esplendor país tras país. Lo esencial en cada país es la práctica de los principios que profesan, el llevar a los detalles de la vida diaria las actitudes de hermandad que inspira la devoción por Dios. En la India también, los hijos de Bharat deben ser inspiradores ejemplos de lo que la práctica espiritual puede lograr, de cuánto amor y paz puede otorgar. Sean buenos hindúes, es decir, actúen de acuerdo con el significado de la palabra hindú, que significa «aquel que está lejos de la crueldad o la violencia». Estén inmersos en el amor y siempre estarán alejados de la violencia; podrán entonces estar en paz y otros derivarán paz a través de ustedes.

Dharmakshetra, Bombay

14 VII 68