( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 06 cap. 60 )
El significado de la mendicidad
29 de Septiembre de 1968
Prashanti Nilayam
FRENTE A LAS montañas que soportan el sol y la lluvia con igual despreocupación, frente al mar y al cielo que no son afectados por tempestades y nubes, es absurdo que sea el hombre el único sujeto a la ansiedad y el temor; junto a los pájaros y las bestias, que no guardan alimentos para otro día, contentos de dejar que la providencia se los provea, se ve hasta ridículo que sólo el hombre pase sus días calculando y acumulando. Ningún pájaro echa semillas en la tierra para cultivar alimentos; ninguna bestia ara y cerca los campos, reclamándolos: esto es mío, esto es para mis hijos y los hijos de mis hijos. Las obras sin apego por sus frutos son la actividad natural para los hijos de Dios, esa progenie de la inmortalidad. Cantan y nadan, bailan y se zambullen, hablan y caminan, suplican y desfallecen; porque es su naturaleza hacerlo. No saben lo que va a suceder; en consecuencia, no se preocupan, no anticipan ningún resultado. Son simplemente ellos mismos cuando hacen todas esas cosas; es su naturaleza innata, su característica inherente.
Ustedes no han nacido como hombres sólo para sentir el aguijón del hambre y para llevar a cabo actividades que la aliviarán por unas pocas horas cada vez. De hecho, el hambre les ha sido asignada para que puedan crecer y desarrollar su inteligencia y descubrir su meta final. La educación es para la vida, no para un medio de vida. Y la vida es sólo una oportunidad para que vean por sí mismos su comienzo y su fin. Cada reloj tiene a alguien que lo ha hecho y que le da cuerda para que pueda funcionar. Ustedes también tienen a Uno que tiene la llave y que les da cuerda: descúbranlo. El reloj da la hora para todos los que la necesitan. No pide recompensa, no se preocupa por la razón de su ansiedad por saberla hora; sigue marcando su tic tac día y noche, con buen o mal tiempo. Sean como el reloj.
Ustedes son sólo actores en el escenario, delante de las candilejas. El Director quien conoce la obra, asigna los papeles, da las señales, las entradas y las salidas está detrás del telón. Ustedes son las marionetas; él sostiene los hilos. Si han de verlo, deben ser su amigo o pariente. El ser un mero espectador no les dará el derecho de acercarse a él y estar en su sagrada compañía; cultiven su amistad o parentesco mediante la actitud de amor y servicio dedicado. Si sirven a un rey para el bien de su propia esposa e hijos, estarán dedicados a ellos y no al rey, no importa cuán arduo y amplio sea su servicio. Así también, si hacen adoraciones ceremoniales u observan votos en aras de la prosperidad material para poder mantener a su familia, estarán dedicados a ella y no a su mejor y propio interés personal. Una entrega completa, una dedicación sin mácula, ésa es la prueba máxima que.Dios impone y acepta.
Un hombre, digamos, tiene tres esposas; cuando se muere, quedan en la condición de viudas y tienen que ponerse un velo, quitarse sus joyas y llevar las otras señales de duelo. Ésa es la convención; pero si la esposa está embarazada, esta convención no es aplicable; ella será declarada viuda sólo después de que haya nacido el hijo. Ella sabe que es viuda, pero el mundo, viéndola, ¡pensará que su esposo está vivo! Ésa es también la posición del conocedor (jñani). Él sabe que el mundo es transitorio, que Dios lo es todo, que sólo la actividad dedicada puede salvarlo de las consecuencias que lo atan, pero el mundo piensa, al verlo, que es uno como ellos. Él es como la flor de loto sobre el agua donde creció y el lodo donde están sus raíces: inafectada e intocada por ninguno de los dos.
Este conocimiento no es un atributo del Absoluto Universal o Paramatma; es el Paramatma mismo. Las Upanishads declaran: «La verdad, la sabiduría, la eternidad es Brahman» (Satyam Jnanam Anantam Brahma). El conocimiento es el cumplimiento, es la meta, la culminación. Si no tiene sabiduría, el hombre es tan feo como si tuviera la cara sin nariz, no importan los demás atributos que puedan adornarlo. El anhelo, la agonía, el esfuerzo por conocer a Dios y su poder y misterio es la joya de la cual debe enorgullecerse. La conciencia de que Dios es el morador interno, quien impulsa y lleva a efecto todo lo que sentimos, pensamos y hacemos, eso da la inspiración para entregarse, la fuerza para dedicarse, el impulso para no ser sino un instrumento en sus manos y para sus fines; eso es conocimiento.
Hubo una vez un rey que guió a sus poderosos ejércitos a través de las nevadas cumbres que rodeaban su reino para invadir los dominios vecinos. En un elevado paso cubierto de nieve vio a un hombre con aspecto de monje mendicante o asceta sentado sobre una desnuda roca con la cabeza entre las rodillas, evidentemente para protegerse del helado viento que soplaba por todos los resquicios de las montañas. No tenía ninguna prenda de ropa encima. Él sintió mucha piedad por aquel hombre y se quitó su propio mantón y se lo ofreció al yogui (alguien que ha dominado los sentidos y la mente), pero éste lo rechazó al afirmar: «Dios me ha dado suficientes ropas para protegerme del frío y el calor. Él me ha dado todo lo necesario. Por favor, dale tu manto a algún pobre que los requiera». El rey se sorprendió mucho ante estas palabras y le preguntó dónde tenía esas ropas. El yogui respondió: «Dios mismo las ha tejido para mí. Las llevo desde que nací y las vestiré hasta la tumba. Aquí está, es mi piel. Dale tu capa a algún mendigo o a cualquier pobre hombre». El rey sonrió pensando que nadie podía ser más pobre que aquel hombre y le preguntó: «Pero, ¿dónde podré encontrar a un hombre más pobre?» El yogui le preguntó a su vez a dónde se dirigía y por qué y el rey dijo: «Me dirijo al reino de mi enemigo a fin de anexar sus dominios a los míos». Esta vez fue el yogui el que sonrió, diciendo: «Si tú no estás satisfecho con el reino que posees y estás dispuesto a sacrificar tu vida y la de estos miles que te siguen por ganar unos cientos de tierras más, puedo asegurarte que tú eres más pobre que yo. Entonces, debes darte esa capa a ti mismo; tú la necesitas más que yo». El rey se sintió muy avergonzado y comprendió la futilidad de la fama y la fortuna y regresó a su capital, agradeciéndole al yogui que le hubiera abierto los ojos ante su pobreza innata. Ahora entendía que el contento es lo más preciado. Los grandes hombres difunden la luz de su sabiduría por medio de sus actos y palabras.
Naturalmente, hay que usar la propia discreción y el razonamiento más elevado a fin de distinguir lo real de lo irreal. Había un viejo mercader que solía asistir a todos los sermones religiosos en la ciudad, especialmente cuando también eran musicales. Durante treinta años, nunca se perdió un solo discurso, y la gente se admiraba ante su firmeza y fe. Un día, llevó también a su hijo, un muchacho de dieciséis años. Ese día, el pandit habló de la Vaca Sagrada y de que ella era la cuarta madre del hombre, después de la madre Gita, la madre tierra y la propia madre. Él exhortaba a sus escuchas a que reverenciaran a la vaca y se refrenaran de hacerle el más mínimo maltrato aunque tuvieran una razón de peso. Al día siguiente, el mercader tuvo que ir a otro pueblo por algún asunto urgente y así, dejó a su hijo en la tienda y se fue. Al mediodía, una vaca entró al establecimiento y empezó a comerse grandes bocanadas de granos y otros artículos, deliciosos para su gusto, de las cajas arregladas alrededor del taburete donde estaba sentado el muchacho, quien no movió ni un dedo, pues «se trataba de la vaca sagrada». A la noche, el padre regresó, y contemplando el daño, reprendió severamente a su hijo. «No debes tomar esos discursos al pie de la letra; cuando sales del lugar, al sacudir el polvo del tapete donde estuviste sentado, debes sacudir de tu cerebro cualquier idea del discurso del pandit que se pudiera haber adherido allí. Si no lo hubiera hecho yo cada día durante estos treinta años, tú y yo y todos nosotros ya habríamos muerto de hambre».
El desapego es una planta de crecimiento lento; si cortan el tierno brote para ver las vainas, se decepcionarán. Así también, sólo una práctica larga y constante es recompensada por la paz que ofrece la gracia, y la gracia se adquiere por medio de la entrega, como lo declaró Krishna en el Gita.
Cuando el Gita les indica abandonar todos los códigos de moralidad (dharma) no les está pidiendo también que abandonen toda actividad (karma); es decir, deben cumplir con su karma, y cuando lo hacen para Dios, a través de Dios y por Dios, el dharma no importa; tiene que ser aceptable y seguramente los beneficiará. Esta afirmación no es una invitación al libertinaje o a la inactividad total; es un llamado a la dedicación y entrega a lo más alto en el hombre, a saber: Dios. Hubo una vez un malvado comentarista que decía que este mandato elimina la necesidad de discriminar entre lo correcto y lo erróneo. Él debe de haber sido la misma persona que dijo: «El Señor dice en el Gita que él quedará complacido si se le ofrece sólo una hoja, una flor, una fruta o un poco de agua; bien, esta pipa contiene las cuatro: la hoja de tabaco, la flor roja representada por las brasas, la concha del coco y el agua a través de la cual el humo sale burbujeando». Los trucos impertinentes y sin sentido no pueden esconder la irreverencia de los ojos de Dios.
El Señor no se conmoverá por un comentario estrictamente erudito; será complacido únicamente por una práctica verdadera, por un incansable esfuerzo por limpiar la mente. El esfuerzo debe ser alerta y activo, hasta que alcance la meta. Alguien le preguntó a Ramana Maharshi: «¿Cuánto tiempo debo dedicarme a la meditación?» Maharshi respondió: «Hasta que pierdas la conciencia de la experiencia de la meditación». En la obra «Druva», representada por estos muchachos, el que hizo el papel de Druva estuvo sentado, recto y tenso, dándonos la impresión de que estaba perdido en meditación; pero tal actuación no puede aspirar a obtener consideración. En la verdadera meditación, pronto se pierde la conciencia de que se está meditando. De hecho, cada momento en la vida debe ser utilizado para la meditación. Ésa es la mejor manera de vivir. Cuando barran sus habitaciones, díganse que sus corazones también deben ser aseados de igual forma; cuando estén cortando verduras, sientan que la lujuria y la codicia también deben ser cortadas en pedazos; mientras estén amasando la harina, alargándola y extendiéndola, deseen además que su amor pueda abarcar círculos cada vez más anchos y expandirse hasta los extraños y los enemigos.
Éste es el medio por el cual pueden hacer de su hogar una ermita y de la rutina del vivir una ruta hacia la liberación.
Prashanti Nilayam
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