Discursos dados por Sai Baba
{SB 15} (42 de 59 discursos 1981 a 82)
51. 21/10/82 El Cordero
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 11 cap. 53 ) El Cordero 21 de Octubre de 1982 FUNDIRSE EN LA Conciencia Cósmica (Brahman), de la que cada uno es una expresión, no es un nuevo logro conquistado mediante el esfuerzo, es sólo la percepción, en un relámpago, de un hecho existente. Uno ya es Brahman, así inherentemente inseparable. La sal, que es una característica de la naturaleza del océano, existe en muchos países, se presenta en muchas formas y en muchos componentes; pero ella retiene su verdad, que es cognoscible en su sabor. Originada del mar, la sal presta la cualidad del mar a cada cosa con la cual se asocia, ya sea leche, almíbar o agua clara e insabora. Por lo tanto, aunque la chispa individualizada de conciencia, el hombre, ha tejido un capullo alrededor de sí misma y ha asumido una forma y un nombre, ella no puede abandonar su esencial naturaleza del Alma. Las Upanishads enfatizan este deber y previenen al hombre del peligro que enfrentará cuando descuida o evade esta responsabilidad. Así como el océano anuncia que los cristales de sal son suyos, son él mismo, así el Señor sentencia en el Gita: «Mamaiva amso jivaloke jiva bhutas sanathana» (Una unidad mía, que es eterna, se ha vuelto vida en este mundo de vida). No es de extrañar que los Vedas se dirijan a todos los seres como «hijos del Uno inmortal», «herederos de la bienaventuranza inmortal». Hace algunos años, un rico zamindar representó el papel de un lavandero en una obra teatral y ganó el aprecio del nutrido público. Habló y gesticuló, y en general se comportó como un común lavandero, pero eso no lo afectó ni empañó su genuina calidad de zamindar, en ningún grado. Así también, el complejo cuerpo mente puede tener muchas formas, nombres y papeles, pero el Alma, el Testigo, no tiene ninguno. Los nombres y las formas tienen validez temporal para la vida diaria, como lo vemos en el caso del lavandero en el escenario durante el drama. El actor que lo interpreta tiene que hablar una jerga específica y adaptarse a ciertos usos y costumbres, si no, el personaje no será real. De hecho, cada actividad del hombre es una escena en el drama divino y por eso está sujeta a límites y restricciones, pertinentes en el plan y el propósito. Un ingeniero, por ejemplo, tiene que ser capacitado para respetar y seguir ciertas prácticas establecidas y leyes obligatorias; la profundidad de los cimientos tiene que ser proporcional a lo alto de la estructura. El espacio del terreno tiene que determinar el área y la altura del edificio que se va a erigir sobre él. El diseñador debe tener mucho cuidado en la proporción y el equilibrio en la simetría y la armonía. Observamos ahora un ritual védico, un yajna que están llevando a cabo estos pandits, hábiles en la ciencia de la invocación de la gracia mediante el mantra. Ellos tienen que erigir el altar del sacrificio de acuerdo con las reglas establecidas hace miles de años. El fuego ceremonial tiene que encenderse y alimentarse en un altar debidamente construido; todo esto debe acompañarse con el canto de himnos védicos en alabanza al principio del fuego que todo lo penetra. El fuego así santificado se vuelve divino y puede actuar como mensajero entre el hombre y Dios. El altar se vuelve un buzón de correos, autorizado por el Altísimo para recibir oraciones (cartas) correctamente franqueadas (con sinceridad) y dirigidas a las diversas formas del omnipresente Todopoderoso. El fuego en el hogar doméstico, mantenido para cocinar alimentos y preservado en otras formas para beneficiarse con su calor y luz, es secular y no sagrado. El fuego que consume el cuerpo es tabú y también tiene ciertos límites; sin embargo, el fuego sacrificial tiene mayor número de restricciones y prescripciones y las más significativas formas de alimentarlo y mantenerlo. Por ejemplo, en los yajnas védicos, ideados por aquéllos que consideraban al texto como sacrosanto, se sacrificaba un cordero y su diafragma se ofrecía como oblación. Pero el karma (la acción) tiene que examinarse a la luz del conocimiento que se deriva de allí. El mito o concepto védico está encerrado en símbolos; un símbolo, como la palabra «diafragma», puede ser interpretado de muchas formas, tanto alegóricas como metafóricas. Analicemos esto más detalladamente. La cría de la oveja es tan tierna como el bebé humano. Es la inocencia personificada, llena de encanto y gracia; los corderos son dóciles e indefensos, incapaces de dañar a otros, tan santos como la pureza de los ángeles. El diafragma que separa el tórax de la cavidad abdominal, es sólo un símbolo de la capa de conocimiento que separa lo mundano de lo espiritual; representa el cofre en el cual el corazón puro y sátvico está guardado como reliquia. Dios aceptará tal ofrenda y no una oblación inferior; lo que significa ese texto, lo que de allí se desprende, es que uno tiene que mantener el corazón como la fuente y depósito del amor puro y ofrecérselo a Dios. No existe la intención de degollar al pequeño y adorable cordero. Sean corderos; ofrezcan el inocente corazón envuelto en amor, ése es el mensaje. ¿Qué puede obtener un hombre mortal matando a otro ser mortal? El Karma Kanda del Veda debe purificar la mente de manera que pueda tener éxito en la reverencia, adoración de la Presencia, y adquirir el conocimiento que lo libra a uno de la esclavitud. Este karma o ritual védico se llama yajna. Yajna significa abandono, renunciación. ¿Qué es exactamente lo que se tiene que abandonar? ¿Riqueza? Eso es demasiado fácil. ¿El hogar? Eso tampoco es muy difícil. ¿Significa retirarse al bosque dejando a los parientes y amigos? Muchos lo han hecho y están orgullosos de eso. La renuncia que el yajna demanda es desechar la ostentación, el orgullo, la envidia, la codicia; en suma, deshacerse del ego mismo. Cada rito establecido en los Vedas tiene solamente esta meta: promover el altruismo y el amor universal. El deseo sensual, la cólera, la furia, el odio, son características del instinto animal. El hombre debe avergonzarse de tener aunque sea una pizca de tales rasgos. Las características de la naturaleza humana son, y deben ser, el amor, la compasión, el desapego, la renunciación y la verdad. Jesús aseveró: «Pidan y se les dará, llamen y yo contestaré, toquen y la puerta les será abierta». Por supuesto ustedes piden, llaman y tocan la puerta, pero, ¿qué es lo que piden? Trivialidades, oropel es lo que ustedes prefieren, no la dicha sempiterna. Cuando lo que piden no les es dado, no condenan a la madre por cruel; ella no da a un niño enfermo los manjares que demanda. Su amor dicta esa aparente crueldad; así también, la misericordia de Dios se muestra en la negativa a darles lo que piden. Ustedes llaman pero a menudo no obtienen respuesta. ¿Por qué? Porque se dirigen a alguien más que no es Dios. El llamado no surge de su corazón y el anhelo no es total; el motivo es egoísta e impuro. Llaman a la puerta y se quejan de que no se abre; Dios es el residente de su propio corazón pero ustedes han sellado ese corazón para que el amor no entre. Por eso Él permanece silencioso y no responde. La puerta no necesita abrirse para que ustedes se vuelvan conscientes de Dios dentro de ustedes; está siempre abierta para el amor; llamar es innecesario. El amor hará automáticamente que brille con la luz y la alegría; cuando el Uno es conocido, no hay más peticiones. La consumación de este yajna védico consiste en desechar el deseo, en la conciencia del Uno sin segundo. Prashanti Nilayam 21 X 82 |