Discursos dados por Sai Baba – 50. 10/07/80 La enseñanza en la antigua India

Discursos dados por Sai Baba

{SB 14} (47 de 60 discursos 1978 a 80)

50. 10/07/80 La enseñanza en la antigua India

( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 11 cap. 5 )

La enseñanza en la antigua India

10 de Julio de 1980

¿QUIÉN ES EL GURÚ genuino? El que enseña por preceptos y ejemplo, buena conducta, pensamiento correcto, lealtad a la verdad, disciplina mental y sentido del deber. ¿Cuál es el estudiante genuino? El que aprende esto. Éstas son las cualidades que garantizarán felicidad aquí y bienaventuranza en el más allá. Estas virtudes invalidarán efectivamente las perversidades que hacen degenerar al hombre en monstruo.

El sistema educativo, que reúne a maestro y estudiante, posee dos aspectos: el primero, la provisión de habilidades e información para que al hombre le sea posible vivir con salud y felicidad, y el segundo la comprensión de los impulsos internos del individuo y su sublimación, a fin de que logre paz duradera, ecuanimidad y bienaventuranza. Los dos aspectos no se oponen; están irrevocablemente unidos. Maestros y estudiantes tienen que reconocer esta verdad.

El hombre no es una máquina ingeniosamente compuesta por una hábil combinación de manos y piernas, cabeza y corazón, mente y materia. En éstos y sobre éstos existe una inmanente y trascendente entidad llamada Alma, el Yo superior. El ojo físico no puede verlo; los otros sentidos tampoco pueden comprenderlo; está más allá del reino de lo «visible». Todo lo que se percibe, todo lo comprensible por los cinco sentidos es «el Universo», el cosmos siempre en movimiento, siempre cambiante. Lo «visible» tiene como base lo «invisible»; el árbol puede verse, pero la raíz que lo sostiene y nutre es invisible. La casa se ve; la estructura sobre la que descansa está oculta. El yo y el cosmos creado por el yo tienen al Yo superior como su mantenimiento y soporte. Ésta es la gran lección que desde tiempos inmemoriales impartían a cada generación los ancianos de este país.

Hace tres o cuatro siglos, antes de que Occidente lograra establecerse en la India, había unas cuantas universidades; no disponían de campos y edificios enormes; el hogar del académico era el colegio mismo. Tenía solamente cuatro o cinco discípulos. No había horario de clases. Todo dependía de la compasión del maestro y del anhelo del discípulo. Aquél lo instruía ya en las silenciosas horas de la noche, ya durante el día, bajo un árbol frondoso o en el corredor del templo. Hombres y mujeres que llegaban al templo o caminaban bajo la arboleda tenían oportunidad de escuchar un rato y aprender algo.

Además de dar instrucción sobre temas básicos, cada universidad llamaba y mantenía a varios especialistas en una determinada rama de estudio. El tema favorito al que la universidad de Kasi ponía atención especial era la gramática; la universidad de Cachemira tenía especialistas en retórica y la de Thakshasila (la actual Taxila) en medicina (Ayur Veda), el conocimiento relativo a la vida sana y feliz. La universidad de Navadvip decidió dedicarse a la jurisprudencia más que a otro tema de estudio. Amaravati, la ciudad capital donde Bharata, el hermano de Rama, gobernó hace mucho tiempo, tenía una universidad en la cual médicos expertos también enseñaban el sistema de medicina propuesto por Charaka y Susruta.

Por supuesto, estas universidades no eran simples proveedoras de conocimientos. Inspiraban al alumnado a llevar una vida espiritual sencilla, a hablar dulce y suavemente, a cultivar compasión, reverencia y ecuanimidad. Ascender a la Divinidad era el único fin del discípulo; elevarlo al nivel que ellos habían alcanzado era el único propósito de los profesores. Las universidades y otros centros educativos estaban por esos días fuera de la autoridad de los gobernantes. Ellos honraban .y amaban los ideales y aspiraciones de los amantes del conocimiento y de las personas que se habían consagrado a difundirlo. Entre la escuela primaria y la secundaria, los colegios y los centros de enseñanza superior, la sociedad y sus líderes ponían la mayor atención en la educación primaria. Su empeño era inculcar pensamientos y creencias puros, ennoblecedores y fortalecedores en las tiernas mentes de los niños. Los educadores de aquellos días ponían atención a problemas como quién era el mejor dotado y el más eficiente para enseñar, qué temas debían impartirse y cuándo, dónde y a quién. Trataban de ajustar los programas de estudios a las necesidades, aspiraciones y alcances de los educandos. De este modo, en el proceso de enseñanza aprendizaje no tenía cabida la compulsión o la fuerza. Puesto que las clases tenían seis, siete o diez alumnos, al profesor le era posible descubrir si el discípulo había asimilado el tema y aclarar de inmediato cualquier duda que impidiera su comprensión. Los maestros tenían un alto sentido del deber; el alumno, un deseo enorme por aprender. Así, la instrucción sobre tópicos útiles para una vida feliz y para descubrir el manantial de sabiduría, poder y bienaventuranza situado en el interior del individuo estaba al alcance del alumno.

Gran parte de la enseñanza era adquirida escuchando al preceptor. No sólo los alumnos de los centros de enseñanza superior, sino aun el herrero, el artesano, el artista, el carpintero, el farmacéutico, el alfarero, el escritor, el músico, el escultor, todos aprendían de los mayores por el silencioso método de escuchar amorosamente y observar con reverencia, no por el sistema de estudiar en libros.

Esos días pueden ser revividos tan sólo con que amen y reverencien una herencia que es suya. Bharat es un jardín de flores multicolores, las flores del espíritu conocidas como la Sabiduría Eterna: budismo, jainismo, zoroastrismo, cristianismo e islamismo. Las verdades que practican, los himnos que cantan, las plegarias que entonan están llenando de divina fragancia nuestra atmósfera. A lo largo de los siglos, Bharat ha aceptado y respetado con igual ardor todos los credos.

A pesar de eso, la impresión errónea de que aquí la gente adora cientos de dioses en lugar de uno es difundida por personas ignorantes. Dios es uno, aunque la gente lo nombre en distintos idiomas; esto lo descubrió la India hace milenios. Fue el primer país del mundo que lo proclamó. Por supuesto, a las diferentes cualidades de este Dios único su compasión, su sabiduría, sus riquezas inextinguibles, su inescrutabilidad, su poder se les han dado nombres y formas, pero cada adorador de éstos sabe bien que ellos son sólo facetas del Uno indivisible, eterno, absoluto. Cada oficio, cada profesión, tiene una deidad protectora, una faceta del guardián del cosmos.

Aquí la gente tiene conciencia de Dios en todo; el chofer de camiones junta sus palmas frente al volante y formula una plegaria, el alfarero inclina la cabeza ante la rueda, el poeta reverencia la pluma, el músico invoca la deidad en el armonio antes de comenzar a tocarlo. Nadie comienza su tarea sin una oración y un ademán de sumisión. Esto significa que la actitud espiritual precede a la actitud secular de autoelogio. El significado interno de la actitud india está más allá de la experiencia de la gente de otras culturas. Ellos ridiculizan a los indios que adoran piedras y árboles, pájaros y bestias, montañas y ríos creyéndolos dioses. Pero los hindúes adoran al Dios que ellos creen que está manifestado en la piedra, no a la piedra misma como un dios en sí. «Todo esto es Divino, es Dios, está envuelto por Dios», le dicen al hombre las Upanishads. Todo esto es Dios, aun el pájaro, la bestia, la serpiente, el águila, los árboles de pipul, la planta de tulsi. La omnipresencia de Dios implica la unicidad de Dios.

Las antiguas universidades hacían hincapié en esta inmanencia y trascendencia de Dios. Los profesores no calculaban ni exigían salarios; sus necesidades eran satisfechas por la sociedad. Nunca se preocupaban por comodidad o incomodidad material; iban en pos de tesoros espirituales. Los alumnos también insist
ían en que aquéllos les enseñaran el camino a la liberación de los grilletes de los deseos materiales. Los maestros eran más afectuosos con sus alumnos que con sus propios hijos. Eran renunciantes dispuestos y deseosos de pasar por pruebas y tribulaciones, siempre contentos, felices y alegres.

Tampoco los alumnos aprendían con el único fin de obtener un trabajo fácil. Veían en cada tema de estudio un paso hacia su auto rrealización. Valoraban la instrucción porque purificaba la mente, aclaraba el intelecto y santificaba la visión. Tenían el ideal de volverse útiles a sus padres, a la sociedad que los sostenía, al país que esperaba lo mejor de ellos y a la humanidad a la que pertenecían. El esclavo de sus deseos es el ser más pobre; el que está contento es el más rico.

Por eso, cultiven los rasgos que los estudiantes de épocas pasadas procuraban cultivar. Vuélvanse útiles a sus padres. No los menosprecien llamándolos incultos e ignorantes; ellos son mucho más conocedores que ustedes. No sean la causa de que las lágrimas empañen sus ojos. Ámenlos, reveréncienlos, sírvanlos. Sean humildes y amorosos dondequiera que ustedes se hallen, con cualquier compañía que tengan. Recuerden los nombres del Señor que indican su gloria, su misericordia, su amor. Entonces todo sentimiento egoísta huirá de ustedes. La vida es un juego de futbol. Ustedes son la pelota y, como tal, su destino es ser lanzados y pateados de acá para allá. ¿Hasta cuándo tendrán que soportar este trato? Hasta que el aire llene la pelota; desínflenla, nadie la pateará otra vez. ¡El aire que la infla es el ego! Cuando el ego sale, la bienaventuranza entra. Cuando ustedes son estudiantes, aplíquense en ello sin participar en aventuras como la política. Esto sólo aumentará la tensión y la ansiedad y perjudicará sus estudios. Que la disciplina, la devoción y el deber sean temas obligatorios de su programa de estudios. Domínenlos y ganarán la gloria.

Colegio Sri Sathya Sai,

Brindavan

10 VII 80