Discursos dados por Sai Baba
{SB 07} (41 de 48 discursos 1967)
32. 05/10/67 El milagro del amor
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 06 cap. 17 ) El milagro del amor 5 de Octubre de 1967 Prashanti Nilayam Día del Hospital EL DOCTOR QUE ESTÁ presidiendo la celebración de este Día del Hospital es un viejo conocido mío; él iba antes a Shirdi y ahora está muy apegado a mí desde el primer día que llegó aquí. Aunque el cuerpo de Shirdi y este cuerpo son diferentes, el morador del cuerpo es el mismo; y así, yo reconozco y recompenso a todos los que vienen a cualquiera de los dos lugares. Tenemos aquí un hospital desde hace once años, con doce camas para pacientes internos, y médicos, enfermeras, equipos y medicinas para tratarlos, además de una gran cantidad de pacientes externos. No tengan la impresión de que tenemos este hospital porque yo necesito la ayuda de estos médicos y estas medicinas para curar a aquellos que llegan a mí. Hay personas que desean ser tratadas por los doctores en un hospital; ése es el medio que piensan que puede curarlas. Algunas desean que el médico les dé una inyección; y si no lo hace se sienten mal atendidas. Por eso le pido al médico que se la dé, ¡y hasta una serie de ellas! Hay muchos otros que no tienen fe en nada excepto tabletas y aguja. Vienen al hospital y mientras están aquí escuchan el silencio de Prashanti Nilayam y sienten la felicidad que impregna la atmósfera. Participan en los cantos devocionales y ven cómo todas las personas que cantan están felices; cuando están en esa Arogya Nilayam (Casa de Salud) son atraídos a esta Ananda Nilayam (Morada de la Bienaventuranza) y gradualmente se equipan con la armadura de la fe que los protege de toda enfermedad. Hay otra razón: son traídos aquí muchos pacientes con enfermedades avanzadas; no pueden ser alojados con otros en los cobertizos o los cuartos; requieren de cuidadosa atención y amoroso cuidado y dietas especiales que sólo un hospital puede darles; por eso son admitidos en el hospital, donde esperan mi darshan y mis atenciones. Pueden ser atendidos mejor allí que en medio de las grandes reuniones de devotos. Cuando dos personas se encuentran, se considera de buena educación que cada una le pregunte a la otra por su salud. Esto es cierto de las personas tanto en Oriente como en Occidente. Se pregunta «¿cómo está usted?» sin considerar el hecho de que ambas se están acercando en cada momento más y más a la muerte. En realidad ¡están declinando día a día y no tienen la seguridad de la salud! Con cada exhalación del aliento se escapa una fracción del lapso de vida. Por eso, cada una debería advertir, recordar e instruir a la otra acerca del uso del momento presente de que dispone para realizar a Dios en el universo y dentro de sí misma. El cuerpo debe ser mantenido en buenas condiciones, pues sólo cuando está encarnado en este tabernáculo humano puede el hombre realizar a Dios. El cuerpo es fuerte o débil, un instrumento eficiente o ineficiente, de acuerdo con el alimento, las recreaciones y hábitos de los padres. Puesto que los mayores no ponen atención en esto, la salud de los niños sufre; ahora tenemos hospitales, dispensarios y clínicas en cada calle, porque la enfermedad tiene atrapados a cada familia y a cada hogar. Hasta los niños pequeños llevan lentes ahora; los jóvenes se pintan el pelo y muchos tienen dientes postizos. La razón es que la atmósfera de los hogares modernos está llena de artificialidad, ansiedad, envidia, descontento, alardes vacíos, ostentación, falsedad e hipocresía. ¿Cómo puede estar libre de enfermedades alguien que crece en ese ambiente corrosivo? Si en el hogar reina una limpia atmósfera de contento y paz, todos los que en él viven serán felices y sanos. Los mayores, por lo tanto, tienen una gran responsabilidad con la generación actual. La ira es también una causa importante de mala salud, además de ser peligrosa por otras razones. Trae una larga cola de seguidores, cada uno de los cuales contribuye a la ruina final, de modo que deben dominar esta pasión cuando surge en la mente, recordando la omnipresencia de Dios, a Dios como el motivador interno de todos, y que él es el director de este drama llamado vida; traten de pensar en otra cosa, distinta a las circunstancias que despertaron su ira, hagan un poco de repetición del Nombre, acuéstense, hagan una larga caminata, beban algo de agua fría; luchen consigo mismos hasta que ganen. No peleen con los demás; peleen con sus propios impulsos. Cuando las hordas chinas penetraron, lucharon contra ellas en los Himalayas, no en Penukonda, ¿no es así? Penukonda puede ser más accesible pero la invasión era en la frontera y la lucha tenía que librarse allí. Detengan al enemigo en el umbral del país; detengan la ira en el umbral de la mente. Entonces puede garantizarse la seguridad del cuerpo. El mejor preventivo de la mala salud es la felicidad que viene del desapego. Mírenme a mí. He venido con este cuerpo y pueden ver que no hay diferencia entre éste y cualquier otro cuerpo humano. Sin embargo, la enfermedad nunca ha afectado este organismo ni lo puede hacer jamás. Aun si le diera la bienvenida, no podría acercarse a mí. Tampoco estoy tomando precauciones contra ella; tomo toda clase de comidas, en todo tipo de lugares, en cualquier hogar. El cuarto del lavandero estará lleno de ropas de toda clase, ¿no es así? Mi mesa tiene, igualmente, un variado surtido de platos traídos por devotos que pertenecen a todos los rincones del mundo. No tengo ningún menú fijo ni me preocupo por tenerlo. Me muevo en una amplia variedad de climas y regiones, bajo sol o lluvia, en verano o invierno, en valles o planicies; hoy bebo el agua de un pozo; mañana la de otro. Pero yo soy Anandaswarupa la encarnación de la bienaventuranza, en todo momento y por lo tanto nunca me enfermo, ni me altero en lo más mínimo por la alabanza o la maledicencia que la gente derrama. Cuando se habla de mí, bien sea en escarnio o en adoración, mi felicidad es la misma. Un árbol al lado de la vereda, cargado de frutas llenas de dulce jugo, es admirado por algunos, pero la mayoría estarán tentados de tirarle piedras; hasta los locos y los viejos le tirarán piedras. El árbol sólo estará feliz de estar recibiendo ese castigo por su abundancia y por contribuir a la felicidad de los hambrientos y sedientos. Este amor es mi marca distintiva, y no la creación de objetos materiales y el conceder salud y felicidad por mi sola voluntad. Podrían considerar lo que ustedes llaman «milagros» como la señal más directa de mi divinidad, pero el amor que los acoge a todos, que los bendice a todos, que hace que me apresure a ir en presencia de los buscadores, de los sufrientes y afligidos en distantes tierras o dondequiera que se encuentren, ésa es la verdadera señal. Esto es lo que declara que yo soy Sai Baba. ¡Para mí, cada día es un día de festival, pues mi amor se derrama diariamente! Pero ya que ustedes ponen atención al calendario y observan especialmente estos días sagrados, yo hago también arreglos aquí para estos festivales. Cuando los doctores vienen y me piden permiso para celebrar un Día del Hospital, les digo «sí», pues esto les da una oportunidad de aprender de mí las disciplinas necesarias para mantener sano y activo este instrumento físico. Día del Hospital Prashanti Nilayam; 5 X 67 |