Discursos dados por Sai Baba
{SB 09} (30 de 35 discursos 1969)
29. 21/10/69 Ganen al Uno
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 07 cap. 30 ) Ganen al Uno 21 de Octubre de 1969 Prashanti Nilayam Los CIUDADANOS DE LA India tienen una manera de establecer lo que se debe y lo que no se debe hacer en cada actividad, en cada parte del deber de uno para consigo mismo y con los demás; son receptivos a la disciplina y el autocontrol porque conocen la alegría que puede ser derivada de las limitaciones y las restricciones. También están deseosos de «experimentar» más bien que de «exponer» la verdad espiritual; el énfasis, desde el comienzo mismo de la edad védica, ha sido puesto en «cuánto has ganado» más bien que en «cuánto has aprendido». Saben que la beatitud final es algo inexplicable, que hay ciertas etapas más allá de los sentidos, el intelecto, las emociones y aun más allá del ego, y que estas etapas confieren el éxtasis supremo. Los sabios establecieron tres categorías que comprenden al mundo cognoscible: Dios, la naturaleza y el yo (Ishwara, Prakriti y jiva). Dios, cuando se ve a través del espejo de la naturaleza, aparece como yo. Quiten el espejo y sólo está Dios; la imagen se funde en el original. El hombre no es sino la imagen de Dios. Hasta la naturaleza no es sino una apariencia de Dios; la realidad es sólo él. El principio de la apariencia que engaña como la múltiple manifestación es maya. No es externa a Dios; es inherente a Dios, como todos los poderes están inherentes en él. Cuando la imagen del yo es concebida como distinta, tenemos el dualismo (dvaita). Cuando es reconocida como sólo una imagen irreal y, sin embargo, se le da alguna relevancia por estar relacionada con el original, entonces es monismo calificado (visishta advaita). Cuando tanto la imagen como el espejo son reconocidos como ilusiones y descartados como tales y sólo el Uno permanece, es la visión del Uno Sin Segundo (Advaita darshanam). La búsqueda del Uno Sin Segundo es la búsqueda de la India desde edades remotas. El esfuerzo ha sido siempre para descubrir al Uno que si es conocido, se conoce todo lo demás. El conocimiento que vale la pena es el conocimiento de la unidad, no el de la diversidad. La diversidad significa duda, disensión, desánimo. Lo visto es diferente del que ve; el vidente en cada uno es el mismo. Hay cuatro etapas en la práctica espiritual. La primera los lleva a salokya: están en el reino de Dios. Deben obedecer los mandatos del rey, ser leales a él, respetar su más mínimo deseo y servirlo sinceramente, entregándose sin reserva. La segunda etapa es samipya. Es la etapa en la cual ustedes están en el palacio como uno de los cortesanos, chambelanes o sirvientes; están más cerca de él y tienen más oportunidades de absorber la divina atmósfera y de desarrollar cualidades divinas. La siguiente etapa es sarupya. El aspirante absorbe la forma de lo Divino; es como el hermano o pariente cercano del rey, con derecho a llevar ropajes y accesorios reales. Finalmente tenemos sayujya, cuando, como el príncipe heredero, heredan el trono y se vuelven el monarca mismo. El súbdito es como el miembro, el rey es como el corazón. La mente que no conoce al Uno es una hoja seca que sube con cada ráfaga de viento y baja cuando éste amaina; pero la mente fija en la conciencia del Uno es como una roca, inafectada por la duda, estable, segura. Dios, cuando puede ser adorado y contemplado, es llamado Hiranyagarba o la Matriz Dorada, el Origen de la Creación, el Principio Inmanente que decidió manifestarse y volverse múltiple. El término dorado es apropiado, pues el oro es el Uno del cual los orfebres pueden hacer múltiples joyas adecuadas, caprichos, antojos y modas de quienes las llevan. Dios también es conformado por la imaginación, inclinación e intelecto humanos en varias formas, grandiosas o grotescas, terroríficas o encantadoras. El hombre erige estas imágenes y derrama delante de ellas sus temores, fantasías, deseos y sueños. Él las acepta como amo, compañeros, monarcas, maestros, según lo dicte el momento. Pero, sea lo que sea que el hombre haga con Dios, Él es inafectado. Dios es como el oro que subsiste en y a través de todas las joyas. Él está en ustedes, y es Él quien los ha impulsado a proyectarlo hacia el mundo externo, como en esa estatua o imagen, para escuchar sus ruegos y darles paz. Sin la inspiración, consuelo y alegría que Él confiere desde adentro, estarían perdidos, como alguien que ha perdido sus amarras y es sacudido de un lado para otro sin timón en un mar agitado. Aférrense a Él en su corazón, óiganlo susurrar en el silencio palabras de consejo y consuelo. Mantengan su conversación con Él, guíen sus pasos como Él les indica y llegarán pronto y seguros a la meta. La imagen ante la cual se sientan, las flores que colocan allí, los himnos que recitan, los votos que se imponen, las vigilias que llevan a cabo, son actividades que limpian y remueven los obstáculos en su camino hacia el reconocimiento del Dios que está dentro de ustedes. Realmente hablando, ustedes son Él, no este cuerpo que andan cargando consigo como el caracol que lleva su casa a cuestas. Cuando se desvanezca la fascinación por el cuerpo, la luz del Dios que está dentro brillará e iluminará sus pensamientos, palabras y obras. Krishna dice en el Gita que él los liberará de las ataduras en cuanto renuncien a todo sentimiento de obligación y responsabilidad, de derechos y deberes, de «de mi y «para mí»; es decir, que Él exige la renuncia a la identidad del individuo con el cuerpo. Ése es el dharma, el deber supremo que Krishna ha venido a enseñar. El hombre tiene un deber consigo mismo: el de reconocer que él es divino y nada más. Si descuida esto y se pierde por los desvíos, Dios encarna y lo vuelve a llevar al camino correcto. La necesidad viene primero y luego la enseñanza adecuada a la necesidad, la forma de impartir la enseñanza. Narada, el sabio celestial, se dice que sufrió de agitación mental y el sabio Sanatkumara le enseñó los Vedas para restaurar su paz mental. No puede decirse, por lo tanto, que los Vedas carecen de comienzo; en ellos se mencionan muchos nombres de sabios y «poetas» y, por lo tanto, los himnos son posteriores al nacimiento de esas personas. Se dice que Valmiki compuso el Ramayana y lo enseñó primero a los dos hijos gemelos de Rama, quienes después cantaron toda la epopeya ante el divino héroe, su padre, en un salón abierto. Cuando hacen hincapié en el recipiente, el cuerpo, la lámpara, y no en el contenido, el Alma, la corriente, entonces hablan de este dios y de aquél, del creador Brahma, del protector Vishnú y del destructor Shiva, pero en realidad, este cuerpo y los cuerpos que ahora están delante de mí son todos iguales, sólo la toma de corriente en cada uno es diferente aunque la corriente sea la misma. Los seis demonios de la lujuria, la ira, la codicia, el apego, el orgullo y la envidia los persigen y los llevan a caminos errados y los hacen serviles, estúpidos y tristes. Luchen en contra de ellos con resolución; ésa es la guerra que deben librar durante toda su vida. No es una guerra de siete años o de treinta años; puede ser una guerra de cien años si viven tantos años. ¡La lucha no se detiene! Es una guerra civil, en la cual sólo la vigilancia trae dividendos. Arjuna le oró a Krishna: «La mente está infestada de estos demonios; no me ofrece ni un momento de descanso». Krishna dijo: «¡Dame tu mente!» Fácil, ¿no es así? Como la abeja que zumba hasta que alcanza una flor y empieza a beber el néctar, la mente también clamará hasta que descanse a los pies de loto del Señor y entonces esté silenciosa, pues estará dedicada a probar el néctar divino. Una vez que descubra el néctar, no zumbará más. Dedíquense a Dios. El Señor le preguntó a Sudama: «Dime lo que necesitas», y él respondió: «Te necesito a ti y sólo a ti», pues esto lo incluye todo. El hijo le pide al padr Ésa es la razón por la cual, en los antiguos reinos de la India, el monarca siempre se hacía aconsejar por algún sabio que no tuviera preferencias y prejuicios, y que, por lo tanto, supiera mejor qué hacer en caso de cualquier crisis. Eran hombres llenos de amor por la humanidad, de compasión por los afligidos y que comprendían los motivos de los malhechores. Eran de cinco grados de grandeza: pandits, rishis, rajarishis, maharishis y brahmarishis. Estaban libres de toda traza de ambición o avaricia por amasar tierras, riqueza o fama. Vasishta, el preceptor y consejero de Dasarata, inició a Rama en la fórmula mística llamada «El Corazón del Sol» (Adityahrudaya), ordenándole que la recitara siempre que la victoria pareciera escapársele de las manos. Estos consejeros conducían al reino con seguridad. Se necesitó una lluvia para apagar la conflagración encendida por los malvados primos y alimentada por el aceite y el viento y así, Krishna dispuso que cayera la lluvia de flechas en Kurukshetra. Si el gobernante basa su gobierno sobre la fe de que Dios reside en todos y de que cada individuo debe ser respetado como tal, entonces no habrá descontento ni discordia. Ése es el fundamento vedántico sobre el cual deben ser construidos los aspectos de la vida. Buda también construyó su religión sobre el Vedanta, aunque no haya reconocido la fuente; la fuente era algo que se daba por descontado, nunca fue discutida; era inescapable. Sólo lo espiritual puede conferir felicidad, puede dar fama y alegría duraderas. Por ejemplo, hace años, la atmósfera de la India resonaba con la fama de tres patriotas: Lal, Bal y Pal. De éstos, el nombre de Bal Gangadhar Tilak puede que dure más que los de Lala Lajpatrai o de Bipin Chandra Pal, pues Tilak escribió el Gitarahasya, un comentario sobre el Bhagavad Gita. Sus cuerpos han sido adquiridos para realizar a Dios, y así, sólo dedicarlos a la búsqueda de lo divino, a servir a lo divino y a sostener lo divino puede satisfacer su anhelo más íntimo y remover el corrosivo descontento. Prashanti Nilayam 21 X 69 |