Discursos dados por Sai Baba
{SB 06} (28 de 45 discursos 1966)
11. 27/03/66 Reduzcan sus deseos
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 05 cap. 36 )
Reduzcan sus deseos
27 de Marzo de 1966
Puna, Asociación Ananda
El hombre llena sus días de interminable trabajo; está inmerso en una perpetua ansiedad y aflicción. Ocupado en exceso, sin tiempo para detenerse y contemplar en silencio la obra de Dios, es asal tado por extrañas e inexplicables dudas; corre de un lado a otro buscando vanos consuelos; está cegado por el odio y la codicia.
Presa en esta lucha y confusión, el hombre ha perdido el conocimiento del ancla que lo puede salvar del torbellino: el control de las divagaciones de la mente.
Esta disciplina debe ser aprendida y practicada lo más temprano posible en la vida; no debe posponerse para la vejez, cuando ya el equipo físico del hombre se ha debilitado y desgastado. Son muchos los que tratan de alejar a sus hijos de los hombres santos y de los libros sagrados, pues temen que puedan desarrollar un gusto por estas disciplinas demasiado temprano en la vida; pero no hay “demasiado pronto” en este asunto; cuando comienzan, siempre es tarde, pues ¿quién sabe cuándo va a terminar su lapso de vida?
La disciplina espiritual está basada en la fe en la unidad de todos los seres sobre la base del Atma interno y todopenetrante. Son miles los que están aquí delante de mí, escuchando mis palabras, pero básicamente son sólo Uno, ya que no son otra cosa que las miles de olas en la superficie del océano. El alimento ganado por todos los miembros y órganos del cuerpo con un trabajo conjunto para obtenerlo y prepararlo para el consumo es convertido por el estómago y otros órganos, de nuevo en un esfuerzo cooperativo, en fuerza que es compartida por todos los miembros y órganos.
Nin guna parte es descuidada. Todos ustedes son los miembros de ese cuerpo único, el Purusha (Dios), que es mucho más extenso que el universo, ya que este universo no es sino una pequeña fracción de su esplendor. Los individuos, como tales, pueden engañarse en la creencia de que son diferentes del resto, pero el Atma en cada uno es el mismo Atma en todos.
En esta guirnalda, el ojo ve primero las flores; el hilo en el cual están enhebradas se imagina, no es tan evidente. Pero sin él, todas caerían. Así también, sin ese vínculo con Brahman, ustedes caerían como entidades aisladas; de hecho, ustedes son entidades vivientes debido a la chispa divina que tienen dentro, a la corriente divina que fluye y activa a cada uno. En ese Uno está enhebrada toda esta diversidad. En ese Uno buscan sustento los muchos.
Los sabios de esta tierra sabían que la mente es un instrumento que puede atar al hombre o liberarlo de la esclavitud. Cada quien debe comprender su modo de operar así como sus potencialidades.
Deben aprender a usarla en lugar de ceder ante ella. Es la mente la que teje la tela llamada el “yo”. La manera como establece este ego y lo desarrolla en una multitud de ataduras se llama maya. La mente impulsa los sentidos a que se proyecten hacia el mundo de los objetos, pues es ella la que desarrolla las nociones de placer y de dolor, de alegría y de aflicción, y construye toda una gama de ansias e impulsos. Resiste a todos los intentos de escaparse hacia lo Eterno, lo Universal, lo Absoluto; protesta cuando el individuo desea desarrollar la conciencia de su identidad con éstos; sin em bargo, cuando encuentra una oposición decidida a sus tácticas, cede el paso y desaparece.
Cuando este pañuelo es reconocido como un mero tejido de hilos o, mejor todavía, sólo como algodón básicamente, el hilo y el tejido desaparecen de la conciencia. La mente está compuesta del hilo y el tejido del deseo; cuando el hombre se establece en la expe riencia del Uno, no hay deseo, pues, ¿quién va a desear a quién o a qué? Así se logra la destrucción de la mente. Por eso el hombre tiene que reducir sus deseos para liberarse del engaño. El deseo viene del apego; la liberación viene del desapego.
Un poco de reflexión les dará la actitud necesaria para desarrollar el desapego. Tienen una casa en esta ciudad; han vivido en ella durante varios años; la llaman suya, están orgullosos de ella, protestan muy agriamente cuando alguien pega un cartel en sus paredes; han tenido gran cuidado de que sea cómoda, encantadora, impresionante. Luego, un día la venden. Ya no es objeto de su apego.
Aun si le cae un rayo, ya no se perturban. Ahora, los cam pos que han comprado con el producto de la venta atraen todo su apego.
Cuando las aguas de la inundación invaden esos campos, están muy preocupados y corren de un lado a otro tratando de salvarlos del daño. Luego, también los venden. Llaman suyo al dinero; lo ponen en un banco y se apegan a la libreta que el banco les da; la guardan en una caja fuerte y examinan sus páginas con amor. El dinero que ustedes le dieron al banco puede ser prestado a alguien que a ustedes no les gusta, pero no les importa; tienen la libreta consigo. Ahora bien, ¿qué es suyo exactamente? ¿A qué están ustedes tan profundamente apegados? ¿A la casa, a los cam pos, al dinero, a la libreta? A ninguno de ellos. Están apegados al prestigio, a la comodidad, a la exhibición, a la codicia: a estas cosas que surgieron en su mente como deseo, como ansias; básica mente a su ego. ¡Eso es lo que los indujo a proclamar estas cosas, una tras la otra, como suyas! Cada uno de ustedes debe emprender algún esfuerzo espiritual con el fin de limpiar la mente de la lujuria, la codicia, la envidia y el odio. Salgan del pozo del ego al mar del Espíritu Universal del cual son parte. Obliguen a su mente a que respire la atmósfera superior del Eterno recordándole a Dios y su gloria, cada segundo, con cada aliento, al repetir cualquiera de sus sagrados nombres.
O dedíquense a algún trabajo que los lleve de su estrecho ser a la vasta magnificencia; alguna tarea en la cual dediquen el fruto de la acción a Dios, donde dediquen su tiempo y energía a compartir su alegría o destreza o conocimiento con sus congéneres. O manténganse rodeados siempre de personas dedicadas a la vida supe rior; personas que los alentarán a ir adelante en el camino hacia la meta. Por estos medios pueden lograr la purificación de la mente para que la verdad se refleje claramente en ella. El frecuentar buenas compañías los llevará gradualmente a retirarse de las ac tividades que atan. Cuando un frío trozo de carbón es colocado en medio de las brasas ardientes y se atiza el fuego, el carbón tam bién empieza a arder. El fuego de la sabiduría opera del mismo modo.
El esfuerzo individual y la gracia divina son interdependientes; sin esfuerzo no habrá ninguna concesión de gracia; sin gracia, no puede haber ningún gusto en el esfuerzo. Para ganar esa gracia, sólo necesitan tener fe y virtud. No deben alabarlo con el fin de ganarse su favor. Por ejemplo, no me gustaron las empalagosas alabanzas con las cuales me abrumaron en el discurso que se leyó al comienzo de la reunión. Yo soy suyo y ustedes son míos. Ésta es una reu nión familiar; de hecho, todas las reuniones a las que asisto son reuniones familiares. La humanidad entera es mi familia. Y suena poco apropiado cuando un miembro de la familia es alabado por otro delante de los demás. Es un hábito, un ceremonial que viene de la vida política, donde los ministros reciben discursos en los cuales son alabados para que algún beneficio u otro pueda recaer sobre el lugar que están visitando y en cuyo nombre alguien hace esas alabanzas.
La declinación actual del progreso espiritual que es tan marcada entre los jefes de instituciones monásticas y dirigentes de órdenes se debe a esta indiscriminada adulación derramada sobre ellos por grupos de lisonjeros. La adulación alimenta el fuego del egoísmo y nubla la fe verdadera. El discípulo no debe alabar al gurú ni el gurú debe alabar al discípulo. La relación debe ser como la de padre e hijo. Si el hijo adula al padre o el padre adula al hijo, sería ridí
culo.
Toquen y las puertas de la gracia se abrirán. Abran la puerta y los rayos del sol que están esperando afuera entrarán silenciosamente e inundarán la habitación de luz.
Puna, Asociación Ananda, 27-III-66