Discursos dados por Sai Baba
{SB 13} (39 discursos 1975 a 1977)
32. 26/05/77 El hermano entre los hermanos
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 10 cap. 15 )
El hermano entre los hermanos
26 de Mayo de 1977
EL IDEAL DE HERMANDAD presentado en el Ramayana no tiene paralelo en las epopeyas de la literatura universal. Cuando, durante la batalla con las hordas Rakshasa en Lanka, Lakshmana se desmayó y no podía ser reanimado, Rama lamentó la calamidad diciendo: «¡Ay de mí! Lakshmana es la fuente de mi aliento; no hay ningún hermano como él en toda la tierra…» La vida de Lakshmana y la relación con su hermano Rama son brillantes ejemplos para la humanidad.
Se puede decir que Lakshmana es la «a» en la sílaba sagrada aum. Bharata, el segundo hermano, es la «u»; Satrugna, el tercero, es la «m», y Rama, el mayor, es aum en su totalidad. Rama es la concretización de Brahman que emanó primero como el sonido primario, aum. Cuando Rama y Lakshmana estaban caminando por la selva después de la pérdida de Sita, los sabios que los vieron los describieron como «el sol y la luna», por lo majestuoso y magnífico de su porte. Brillaban con el esplendor de la valentía y la determinación. Cuando la fortaleza del cuerpo y la firmeza de la mente se apoyan una a otra, la presencia de uno se vuelve atractiva. Actualmente la juventud no tiene la fortaleza física ni la firmeza de mente, pues los jóvenes parecen ser viejos aun en su juventud. Cuando el cuerpo es débil, la mente también se debilita. Deben tratar de desarrollar bienestar físico y salud, porque una joya tiene que ser guardada en una caja fuerte. La joya de la Divinidad que es su realidad, también tiene que ser guardada en una caja fuerte, es decir, el cuerpo.
Aun durante su adolescencia, Rama y Lakshmana eran cuidadosos en el vestir. Durante el período inicial de su aprendizaje espiritual, ellos no vestían magníficas túnicas, aunque Dasarata, su padre, los tentaba para que lucieran joyas y ropas costosas. Cuando estaban exiliados en el bosque, vestían piel de venado y tenían el pelo anudado. Ellos afirmaban qué el vestido se debía usar para la propia satisfacción y no para imitar a los demás. Nunca fueron esclavos de las modas o los convencionalismos y establecieron normas para los demás, sin imitar nunca a otros sólo para ganarse sus favores.
El heroísmo era el sello de los hermanos. Enfrentaban abiertamente todos los obstáculos y manifestaban la necesaria iniciativa y habilidad para hacerle frente y vencer a sus enemigos. Los jóvenes de hoy tienen que aprender esta lección. Se acobardan ante el más pequeño obstáculo y se desalientan ante la primera dificultad que encuentran. Al igual que los héroes del Ramayana, deben avanzar valientemente, cualquiera que sea el obstáculo, en los diferentes campos de actividad, ya sean seculares, morales o espirituales. Cuando se revela la verdad de la única realidad en todo, la realidad de Dios, entonces ya no hay lugar para la ira o el odio. Buscarán y verán sólo lo bueno en todos. En el presente, la pasión nubla la visión de sus ojos. Tulsi Das, mientras componía su poema épico, Ramacharityamanas, escribió que las flores de los jardines de Lanka eran blancas. Hanumán, quien había estado allí sin ser visto, manifestó su desacuerdo y dijo que eran rojas, ya que él mismo las había visto. Tulsi Das rehusó corregir su afirmación, pero Hanumán insistió en que se enmendara el error. La discusión casi se volvió una pelea y el mismo Rama tuvo que intervenir. Le dijo a Hanumán que como su ira en contra de los Rakshasas había enrojecido sus ojos, las flores blancas le habían parecido rojas.
Desde su nacimiento, Lakshmana tuvo un corazón puro. Conforme creció, pudo sobreponerse a los impulsos de los sentidos y establecerse como su amo. Su carácter era intachable. Recibía con entusiasmo cualquier orden de parte.de Rama y disfrutaba cumpliéndola con lo mejor de su habilidad. Lakshmana pasó los primeros dos días de su vida llorando en el regazo materno. Sumitra, su madre, intentó todos los remedios mágicos y rituales para consolarlo, pero el niño seguía igual y no dormía. Ella consultó con Vasishta, el preceptor real, quien le aconsejó que pusiera a Lakshmana al lado de Rama, en el palacio de Kausalya. Ella hizo lo que le habían dicho y en compañía de Rama, el hijo de Sumitra jugó y durmió profundamente feliz. Él no podía tolerar la separación de Rama, su mayor deseo era estar en la presencia de Rama y lo seguía como si fuera su sombra, nunca se quedaba en un lugar si Rama no estaba presente. Rama era todo lo que él quería, todo lo que le importaba.
Cuando Rama fue exiliado a la selva y usó ropas hechas de cortezas, Lakshmana hizo lo mismo. Durante catorce años cuidó de su hermano y de Sita, su cuñada, protegiéndolos día y noche, sin preocuparse por su propio bienestar ni siquiera por su propio descanso y comida. Tulsi Das le rinde un gran tributo a Lakshmana por este servicio. De acuerdo con él, cuando Rama regresó a Ayodhya después del exilio, miles de ciudadanos lo aclamaron a distancia al ver la bandera que ondeaba sobre el carruaje que lo llevaba. Pero ellos no sabían, dice él, que el asta que llevaba la bandera del triunfo de Rama era Lakshmana, el fiel hermano. ¿Cómo podría ondear la bandera tan espléndidamente sin el servicio fiel, el impertérrito valor y la firme lealtad del hermano que gustosamente compartió las penas del exilio con Rama?
En el curso de la actuación de Narayana como nara (hombre) llamado Rama sobre la tierra, él tuvo que jugar un papel crucial. Lakshmana ofreció su vida para contribuir a realizar la misión del avatar. Nunca fue más allá, ni siquiera un paso, de los límites establecidos por Rama. Cuando Rama le ordenó que hiciera la pira sobre la cual Sita tendría que caminar como parte de la prueba del fuego para probar su castidad ante el mundo, Lakshmana obedeció apesadumbrado con el corazón herido. Cuando Rama le ordenó que llevara a Sita al bosque y la dejara allí sola y sin protección, Lakshmana obedeció, aunque su corazón estaba atormentado por el dolor.
Hubo dos ocasiones en las que Lakshmana desgraciadamente tuvo que ir en contra de las órdenes de su hermano. Cuando Maricha, después de haber llevado a Rama, a un lugar bastante alejado asumiendo la forma de un venado de oro, fue matado por Rama, imitó la voz de él y gritó antes de morir: «¡Oh Sita, oh Lakshmana ayúdenme, ayúdenme!». Lakshmana, sabiendo que éste era un ardid del rakshasa Maricha, y de acuerdo con las instrucciones de Rama, no dejó sola a Sita. Sin embargo, debido a la insistencia de Sita de averiguar de dónde provenía el grito de auxilio de Rama y a que lo responsabilizaba de lo que pudiera sucederle, finalmente la dejó sola en la cabaña y fue a buscar a Rama.
El segundo caso ocurrió hacia el final del período del avatar. Los dioses enviaron al propio dios de la muerte Yama, para recordarle a Rama que su vida como avatar podía terminar y que todos los participantes divinos podían regresar a su morada celestial. Cuando Yama entró en la sala de audiencias, Rama ordenó a Lakshmana que permaneciera en la entrada y que no permitiera a nadie, bajo pena de muerte, entrar e interrumpir la conversación. Mientras Lakshmana estaba cuidando, el colérico sabio Durvasa se le acercó y exigió entrar. Al ser detenido, se puso furioso y amenazó con lanzar una terrible maldición de destrucción sobre Ayodhya, sus habitantes y todo el clan Raghu. Lakshmana sopesó los pros y contras, y concluyó que su muerte en verdad sería una calamidad menor que la destrucción de toda la población de Ayodhya, así que dejó pasar a Durvasa y gustosamente recibió el castigo. Lakshmana decidía todos sus actos basándose en el deseo de Rama o el bien general. Él renunció a todo a su esposa, Urmila, su madre, Sumitra, y a la vida de príncipe en Ayodhya por la oportunidad de servir a Rama y apoyar su misión. Cuando mató a Indrajit en batalla, Ramat’ lo abrazó con alegría y exclamó: «¡Ah, querido hermano, qué gin victoria has lo
grado! Ahora siento como si ya hubiera recuperado a Sita».
Entre Rama y Lakshmana nunca hubo el menor indicio de envidia o recelo. Lakshmana era totalmente indiferente a todo lo que sucedía a su alrededor, si no afectaba a Rama. Su grandeza es inconmensurable. Sirvió a Sita todos los días durante catorce años, pero nunca se atrevió a mirar su cara. Su conducta era la cumbre de la rectitud. Cuando los Vanaras recuperaron en . la colina de Rishyamuka las joyas que Sita había tirado en el momento de ser raptada por Ravana, se las entregaron a Sugriva, quien las llevó ante Rama y Lakshmana para que las identificaran. Cuando Rama le preguntó a Lakshmana si reconocía algunas de las joyas que pertenecían a Sita, Lakshmana dijo que podía dar fe de la autenticidad de sólo una joya, la que Sita se ponía en los tobillos. La veía todos los días cuando se postraba ante los pies de Sita. Tal era el noble carácter del hermano de Rama.
Cuando Lakshmana se desmayó durante la batalla con Indrajit, éste quiso levantar su cuerpo inconsciente y llevarlo a Lanka como rehén, pero como Lakshmana era la encarnación de Sesha (la serpiente cósmica), era tremendamente pesado y no lo pudo levantar, así que Indrajit renunció a la idea y se fue. Poco después Hanumán llegó a ese lugar, y al pronunciar el nombre de Rama, el peso de Lakshmana se redujo al de una pluma, al ser éste muy sensible al Ramanama aun en su inconciencia. Ésta es una muestra de la humildad y el heroísmo de este gran hermano de Rama.
Brindavan,
Curso de Verano
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