Discursos dados por Sai Baba
{SB 13} (39 discursos 1975 a 1977)
08. 01/04/75 El juego vicioso
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 09 cap. 41 )
El juego vicioso
1 de Abril de 1975
Delhi
POR MEDIO DE LA práctica continua y consistente de sadhana, el hombre puede controlar los desvaríos de la mente, que por su diversidad y vacuidad provocan angustias y desilusiones. «Sadhana puede lograr lo que parece imposible», dice un proverbio telugu.
Es necesario tener conciencia del juego vicioso de la mente. Ésta nos muestra, nos ofrece diferentes fuentes de placer temporal, una tras otra, lo cual no nos da ni un respiro para sopesar los pros y los contras de determinada situación. Cuando el hambre se ha saciado con algún alimento, al ojo lo atrae una película, el oído recuerda el encanto de la música, o se nos hace agua la boca al pensar en cierto sabor. El deseo se convierte muy pronto en urgencia de acción; esta urgencia trae consigo ansiedad y de inmediato se hace incontrolable. La carga de deseos se hace gradualmente demasiado pesada y pronto el hombre pierde su ánimo y su alegría. Entrenen la mente a dirigirse hacia la inteligencia para adquirir inspiración y guía, y no hacia los sentidos en busca de fortuna y ganancia material. Esto hará de la mente un instrumento para reducir los desvaríos y para ahorrar tiempo y energía que se pueden emplear en asuntos vitales más importantes.
Cuando los deseos se satisfacen, provocan nuevos deseos; si no se satisfacen, conducen a nuevos lapsos de vida en la tierra con el fin de calmar ese anhelo. El único método eficaz para destruir el engaño del deseo es dedicar a Dios todas las actividades y realizarlas con un espíritu de adoración, dejando en sus manos todas las consecuencias, sin apegarnos a ellas. Vean a todos como una encarnación de la divinidad, y como tal, adórenlos ofreciéndoles amor, comprensión y servicio. Sólo los ciegos pueden ser indiferentes ante las difíciles condiciones de los demás; sólo los sordos pueden dejar de escuchar los gemidos de los otros. De hecho, los «otros» no existen. Ustedes son «células vivientes» del cuerpo de Dios, desempeñando su propia función con el fin de cumplir su voluntad.
La alegría que uno obtiene promoviendo la alegría de otro es incomparable. Su corazón debe llenarse de compasión cuando ven que otra persona sufre. Éste es el signo del individuo sátvico; el tamásico permanecerá indiferente: es demasiado torpe para sentirse afectado. El hombre rajásico se apresurará a castigar a la persona causante del sufrimiento, e incluso podría olvidarse de remediarla desgracia de la persona afectada. La insensibilidad es la raíz de todas las crueldades que deforman la naturaleza divina del hombre en todas partes.
Hay miles de grupos de bhajans bajo el auspicio de tos Centros de Servicio Sai, trabajando en todo el mundo. Realizan sesiones de canto de alrededor de una hora de duración, una o dos veces por semana, y luego se dispersan. Cantan la gloria de Dios en sus diversos nombres y formas, y se entusiasman con esa experiencia.
El propósito de este tipo de canto colectivo en voz alta es diferente a la forma silenciosa de oración individual. Éste es un esfuerzo en común, concertado y de ayuda mutua, o sadhana, para vencer a los seis enemigos interiores del hombre: la lujuria, la ira, la codicia, el apego, el orgullo y el odio. Estas aves nocturnas infestan el árbol de la vida y ensucian el corazón donde anidan. Cuando cantamos en voz alta la gloria de Dios, el corazón se ilumina y esas aves no pueden soportar la luz. La voz que surge de todas esas gargantas las hace huir aterradas.
Es aconsejable para todos seguir el camino medio. Un antiguo proverbio dice: Athi sarvathra varjayet (Evita el exceso en cualquiera de sus formas). Se deben respetar los límites establecidos por la experiencia de siglos en los antiguos textos sagrados. Ellos encauzan el curso de las aguas turbulentas, dirigen las pasiones desbordadas por canales tranquilos y los salvan de la ruina. Por supuesto que el hombre tiene necesidades básicas, físicas, mentales e intelectuales, las cuales deben ser satisfechas en alguna medida. Pero no hay necesidad de sobrecargarse con alimento innecesario, accesorios superfluos y casas muy grandes. El lujo debilita y esclaviza.
Los líderes del pueblo tienen que poner el ejemplo a este respecto, ya que generalmente los hombres tienden a imitar y emular. El ejemplo es más efectivo que el precepto. Un gramo de ejemplo es más valioso que una tonelada de discurso. Por eso yo digo que «Mi vida es mi mensaje». Ustedes deben transformar su vida en ejemplo del ideal que predican. Los padres deben dar buen ejemplo a los hijos, los maestros deben dar buen ejemplo a los alumnos, los líderes deben dar buen ejemplo a todos aquellos que esperan que sean sus seguidores. Predicar la austeridad y vivir en el lujo es sólo una muestra de simulación.
Los padres hablan de honestidad pero mienten en presencia de los hijos, e incluso los incitan a mentir. Estando en casa, el padre pide a su hijo que lo niegue cuando llega una visita indeseable. El niño aprende así su primera lección de la mentira de boca de su propio padre. De nada sirve culparlo si después se convierte en una amenaza social.
Ciertamente, el mejor camino hacia la felicidad es el de escoger a Dios como líder y guía. Entonces Él guiará y protegerá desde su propio corazón. El emperador Shivaji envió en una ocasión a algunos miembros de su corte a la presencia de Samarta Ramdas, su preceptor, cargados con una gran cantidad de provisiones: granos, ropa, dulces y vasijas. Ramdas les preguntó: «¿Para quién y por qué han traído esto?» Ellos contestaron: «Para ti. Tú no tienes a nadie que sea tu sostén, y por ello el maharaja Shivaji te lo envía». Ramdas sonrió y dijo: «Yo tengo a la providencia misma para sostenerme; sólo Dios no tiene a nadie que lo sostenga. ¡Díganle a Shivaji que le envíe a Dios todas estas cosas!»
En la actualidad hay una ola de ansiedad esparcida por todo el mundo como resultado del aumento de los precios, y se hacen intentos desesperados por bajarlos. La causa principal del aumento en los precios es la declinación’ del precio del hombre. El hombre debe tomar conciencia que su valor no tiene precio; no debería verse a sí mismo como un objeto cualquiera sin un alto propósito en la vida. Debe saber que él es la imperecedera e inconquistable Alma y que su cuerpo es sólo el vehículo del Alma.
Debemos respetar a los demás como a uno mismo, ya que tienen la misma chispa y naturaleza divina. Entonces habrá producción suficiente, consumo económico y distribución equitativa, lo que dará como resultado paz y amor. Actualmente no existe el amor basado en la divinidad innata, y por eso hay explotación, engaño, codicia y crueldad. Si el hombre se da cuenta de que todos los hombres son «células» en el cuerpo divino, ya no habrá más devaluación del hombre. ¡El hombre es como un diamante, pero actualmente es tratado como si fuera un pedazo de vidrio!
El hombre puede realizar su misión en la Tierra sólo cuando se reconoce como divino y cuando reverencia a los demás como divinos. El hombre tiene que adorar a Dios en la forma del hombre. Dios aparece ante él como un mendigo ciego, un demente, un leproso, un niño, un viejo decrépito, un criminal o un hombre malvado. Deben mirar más allá de ese velo para descubrir la encarnación divina del amor, el poder y la sabiduría, a Sai, y adorarlo a través del servicio.
Dios no puede ser identificado con un nombre o una forma. Él es todos los nombres y todas las formas. Todos los nombres y todas las formas son suyos. Sus nombres son suyos también, así como todas las formas de ustedes son de Él. Ustedes aparecen como un cuerpo individual porque el ojo sólo percibe cuerpos, la envoltura externa. Cuando ustedes clarifican y santifican su visión y miran a los demás a través del ojo átmico, el ojo que penetra más allá de lo físico (con todos sus accesorios y atributos), entonces
ustedes ven a los otros como olas en el océano del Absoluto, como los «miles de cabezas, miles de ojos y miles de pies» del Ser Supremo descrito en el Rig Veda. Esfuércense por alcanzar esa visión y se llenarán de dicha.
Delhi
1 IV 75