( Impreso en castellano en 6 cap. 53 )
Las huellas de Dios
16 de Agosto de 1968
Prashanti Nilayam
ESTE ES EL DÍA en el cual el mundo celebra el advenimiento del Señor Krishna, quien vino a la tierra a fin de transmutarla en cielo y de hacer dioses a los hombres. Cientos y miles de veces se ha celebrado este día; pero, ¿brilla hoy en día el hombre con las joyas que Krishna derramó en su regazo? ¿Se ha implantado su mensaje en el corazón y ha florecido a una vida y aspiraciones más altas? No. ¡La razón está en la hipocresía que se luce como devoción! Las palabras niegan las actividades de la mente y los sentidos.
El hombre olvida que con cada salida y puesta del sol se ha eliminado un día del número de años que se le han asignado; sigue un camino sinuoso desde la cuna hasta la tumba. Se niega la luz del Espíritu luchando en la enmarañada jungla de lo material. Esa luz revelará al Espíritu que reside en cada cosa y en cada ser; deificará y, por lo tanto, unificará.
El Krishna cuyo advenimiento deben celebrar no es el pastorcillo que encantaba a la gente del pueblo con su flauta, sino Krishna, el indefinible e inescrutable Principio Divino que nace en el ombligo (Mathura) como producto de la energía divina (Devaki); que después es transportado a la boca (Gokula) y nutrido por la lengua (Yashoda) como su fuente de dulzura. Krishna es la visualización del Alma otorgada por la repetición del Nombre; la visión que obtuvo Yashoda. Deben mantener ese Krishna en su lengua; cuando él baila en ella, el veneno de la lengua es eliminado por completo, sin hacer daño a nadie, como sucedió cuando, siendo niño, él bailó sobre las cabezas de la serpiente Kalinga.
Yashoda rastreaba a Krishna hasta el lugar donde él se escondía por las huellas que dejaba cuando rompía las vasijas de cuajada que ella estaba batiendo. Ésta es una historia simbólica para ilustrar cómo el Señor rompe nuestra identificación con el cuerpo y nos lleva a él por medio de las señales que deja a nuestro alrededor. Estas señales están siempre presentes en la naturaleza que nos rodea: en la belleza del sol al amanecer, el éxtasis del arco iris, la melodía de los pájaros, la superficie salpicada de lotos de los lagos, el silencio de las cimas nevadas; de hecho, puesto que Dios es la esencia, la dulzura, el éxtasis, toda la naturaleza que no es sino él mismo en acción es dulce y extática. Con o sin forma, es felicidad. Denle la bienvenida a su corazón como Rama, «Aquel que es alegría y otorga alegría», o como Krishna, «Aquel que atrae por medio de la alegría que imparte», y vivan todos sus momentos con ella, ofreciéndole su meditación, adoración y su repetición del Nombre. Esto abrirá las puertas del conocimiento y de la liberación. Ésta es la marca de los sabios, mientras que los que actúan de otra forma, andan errantes en la selva, llenando sus momentos con bagatelas y chucherías.
«¿Qué he de llorar yo?», se preguntó Harishchandra una noche, cuando se estaba cremando un cuerpo en la escalera a la orilla del río, donde era vigilante y cobrador. Había sido soberano de un vasto imperio, en el que sostenía a la verdad como el ideal más alto. Una vez, un santo le pidió un gran tesoro y él prometió dárselo cuando lo necesitara; el santo acarreó sobre el imperio una terrible ruina, sequía, hambres, inundaciones, incendios, terremotos, hordas extranjeras. Y cuando su tesoro quedó vacío, le pidió el prometido regalo. Harishchandra vendió sus pertenencias, vendió a su esposa e hijo y a sí mismo como esclavos, y sirvió como vigilante de un crematorio a fin de reunir la cantidad para el santo. Entonces clamó: «¿Debo llorar por el imperio? ¿Por el destino de mi esposa y mi hijo? ¿Por mi despreciable ocupación? No. Voy a llorar sólo porque no lo he alcanzado a él, porque no lo he visto». «Yo por ti, tú por mi», eso es todo lo que uno necesita o por lo que necesita llorar.
Esto es lo que los sabios han descubierto después de años de agonía y trabajo; esto es lo que han enseñado a la humanidad. El hombre debe pagar la deuda que tiene con ellos siguiendo el camino que han desbrozado y observando los límites establecidos por ellos a fin de asegurar un viaje seguro y victorioso.
Krishna le dijo a Udhava que la mayor estupidez es creer que el cuerpo es el ser. Ése es el error fundamental. Cuando se abandona, viene la liberación. La India tiene el secreto de este proceso de liberación, pero a pesar de ello, los indios están enamorados del brillo y encanto de Occidente, con su insaciable codicia por las sensaciones y por el triunfo competitivo de toda clase. No se dan cuenta de que las naciones occidentales están hundidas en la ansiedad, el temor y la frustración.
Hay un cuento según el cual Lakshmi le preguntó un día a Vishnú si los hombres alguna vez iban a dirigirse a Dios, ya que los había provisto de las destrezas y materiales necesarios para una vida cómoda. Vishnú respondió: «Los he provisto de dos cualidades que los atraerán a mí: la codicia y el descontento». Si el hombre se dirige a Dios, desprendiéndose de la esclavitud del mundo, ya no sufrirá de codicia y descontento.
La devoción a todos los dioses, que es declarada suficiente para alcanzar a Dios, es sólo la mitad del proceso; la otra mitad, el reverso, es el desapego de todos los seres. Entre esos dos diques el apego a lo divino y el desapego de lo mundano la corriente de la vida puede fluir sin obstáculos, veloz y directa, hacia el océano de la gracia divina. Véanse como divinos; vean a los otros como divinos. Aléjense de todo lo demás en ustedes y en otros. Ésa es la esencia de la práctica espiritual.
Narada le preguntó a Vishnú una vez: «Los rishis que habían obtenido la más pura sabiduría relativa al Alma universal no pudieron obtener tu gracia; pero las analfabetas pastoras de Gokula, que estaban cautivadas por tu belleza, tus juegos, tu música, tu charla, tu dulzura, tu inescrutable encanto, ellas sí ganaron tu gracia. ¿Cómo pudo suceder esto?» Narada mismo supo después que las pastoras tenían a Krishna como su aliento, como la visión de sus ojos, el sonido para sus oídos, el gusto de su lengua, el tacto de su piel. Mientras atendían a las vacas y becerros, a sus esposos e hijos, haciendo las mil y una tareas de la vida mundana, vivían sólo en Krishna, con Krishna y por Krishna. Bajo todas las condiciones, en todo momento, en todo lugar, sus mentes moraban en Hari. ¿Cómo. podía entonces negarles Dios su gracia?
Cuando Narada fue a Gokula y llamó a las pastoras a que se reunieran a su alrededor para que pudieran escuchar sus enseñanzas acerca del logro del conocimiento divino, ellas no le prestaron atención; dijeron que no querían perder preciosos minutos. «Las horas del día y de la noche no son suficientes para morar en el nombre del Señor. No necesitamos tus juegos verbales para convencernos de que Dios es la forma misma del ser, conciencia y bienaventuranza (Sat Chit Ananda); conocemos, sentimos y experimentamos la bienaventuranza a cada momento». Fue después de esta revelación de la supremacía de la devoción que Narada compuso los 8hakti Sutras (Sutras sobre la Devoción) que han sido la guía de los aspirantes. Los Vedas salvan el poder del sonido con sus ecos místicos en la cavidad del corazón límpido. La música de la flauta, símbolo del Alma purificada, que tocaba Krishna para atraer a las pastoras no es otra cosa que el sonido de los Vedas en otra forma. Rama atraía el corazón por medio de la emoción y la felicidad que daba. Krishna atraía el corazón y se instalaba allí a través del divino deleite que producía. No son sino expresiones diferentes de la misma compasión. Del inagotable reservorio de gracia pueden sacar alegría por una salida: Rama; otro puede obtener el mismo deleite y la misma fortaleza por otra salida: Krishna. Esto no es sino una distinción, sin que haya diferencia esencial.
Mi énfasis en el canto del Nombre y en los cantos en procesión al amanecer se debe a esta razón. En la actualidad se exhibe la mera destreza dialéctica como instrucción espiritual e interpretación de las escrituras. Y esto es hecho por personas que no tienen ninguna fe en las doctrinas que sostienen ni en el beneficio de las disciplinas que recomiendan. Son como Harishchandra, que en el escenario predican por su actuación la supremacía de la verdad, pero que fuera de él viven vidas llenas de estratagemas y subterfugios. A menos que practiquen lo que profesan, serán condenados como «devotos de teatro». La India no habría caído tan bajo si sólo sus hijos e hijas hubieran puesto en práctica una fracción de lo que cada uno declara como sus deberes y obligaciones con los demás y con Dios. Al igual que el río que fluye silenciosa y firmemente hacia el mar, no importa lo largo y arduo del viaje, el hombre también debe mantener al Señor delante de su vista e ir moviéndose a cada’momento cada vez más cerca de él, hasta la fusión final.
La rectitud es lo que complace más al Señor, pues a fin de salvar al dharma y restaurarlo a su antigua pureza y claridad, él asume una forma humana y camina entre la humanidad como si fuera uno más entre los hombres. Por lo tanto, si anhelan ganarse la gracia de Dios, hagan que el dharma sea la inspiración de cada uno de sus pensamientos, palabras y acciones; que el conocimiento de que todos son depositarios de lo divino los inspire de amor, tolerancia, compasión y respeto. Por medio del trabajo lleno de rectitud, avancen hacia la adoración llena de la conciencia de la Divinidad en todos y por medio de todo esto. El trabajo, la adoración y la sabiduría; la fruta verde, la fruta madura y la fruta llena del dulce jugo: ése es el orden del progreso espiritual de cada individuo. Cuando la fruta está saturada de dulzura, cae. Ésa es la consumación: Narada le preguntó una vez a Krishna el secreto de la atracción que la melodía de su flauta ejercía sobre los pastores de Brindavan. «¿Corren hacia ti o tú corres hacia ellos?», preguntó. «Entre nosotros no hay ni yo ni ellos; ¿cómo puede una pintura estar separada de la tela en la cual está pintada? Estoy impreso en sus corazones en forma inseparable, inextricable», respondió Krishna. Tengan a Dios impreso en sus corazones; estén inextricablemente establecidos en él; ése es mi mensaje para ustedes este día.
Prashanti Nilayam
16 VIII 68
Traduccion Herta Pfeifer