La devoción no tiene que ser confinada a las cuatro paredes del santuario, ni a los pocos minutos en que meditan. Es una disciplina espiritual de tiempo completo. Su devoción debe ser expresada como adoración a cada persona, considerándolas encarnaciones vivientes de la Divinidad. Vean a Dios en cada uno, incluso en personas a quienes consideran enemigas. Practiquen este tipo de amor amplio e inclusivo. ¿Cómo pueden derivar felicidad de mostrar amor y reverencia a un ídolo de piedra que no responde ni refleja los sentimientos? Encuentren las dificultades y problemas que afligen a otros, y ayúdenlos, en la medida de lo posible, a revertirlos. Aprendan a vivir con los demás y a compartir con ellos sus propias alegrías y penas. Sean tolerantes, no tiránicos. Los seres vivientes devuelven el aprecio y la gratitud, y les desean el bien. Ustedes pueden ver cómo crece la alegría en sus rostros. Esto les dará satisfacción. Si no pueden amar al prójimo, ¿cómo podrían tener devoción a Dios? (Discurso, 16 de marzo de 1973)