Discursos dados por Sai Baba
{SB 15} (42 de 59 discursos 1981 a 82)
20. 31/08/81 Pureza, el verdadero valor
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 11 cap. 24 )
Pureza, el verdadero valor
31 de Agosto de 1981
LA VIDA, TAN PRECIOSA para el ser humano, depende del aliento, pero el hombre está dispuesto a perderla con tal de alcanzar la meta que cautiva su mente. Los estudiantes deben cultivar de manera constante este espíritu de renuncia, pues al descuidar este deber, se pierden en una confusión turbulenta debido a las difíciles condiciones del país. Deben darse cuenta de que el valor y la confianza sólo pueden conseguirse mediante el desarrollo de la conciencia de la Divinidad latente en el hombre.
Tres cualidades distinguen al hombre de los otros animales: la simpatía, la compasión y la renunciación. Hoy, una hambruna ha secado estos sentimientos en el corazón humano, y esta trágica condición está generando alboroto y disturbios entre los estudiantes y maestros; las huelgas se han convertido en algo cotidiano, la convicción de que el dinero puede lograrlo todo crece en la mente de los hombres a pesar de ser imposible conseguir la paz y la seguridad con la acumulación de dinero: Con dinero se puede comprar mucha comida, pero no apetito o hambre; se puede comprar medicina y asistencia médica, pero no salud e inmunidad. El dinero puede comprar sirvientes, pero no buena voluntad; puede comprar comodidad, pero no felicidad; no puede ayudar a desarrollar el carácter o la moralidad. Tanto estudiantes como maestros deben comprender esta verdad, pues los maestros son quienes moldean la nación, y los estudiantes quienes la hacen fuerte y segura. Sólo unos cuantos estudiantes están decididos a llevar a la nación por el camino verdadero, y sólo algunos maestros mantienen ante el pueblo los elevados ideales del amor y el servicio.
Los maestros tienen que ser estudiantes toda su vida, y comprometerse no sólo en el estudio, sino también en la práctica. Sólo una lámpara encendida puede iluminar a otras lámparas. ¿Cómo podría encender otras llamas la llama que ha estado apagada por mucho tiempo?
Muchos maestros se han desanimado y la llama de su entusiasmo se está apagando. Es el resultado de la multiplicación de los deseos. Frecuentemente se olvidan de la gran misión del maestro y sus obligaciones.
Nadie puede vivir para sí mismo; todos mantenemos distintas relaciones: con nuestros padres, parientes, amigos, enemigos, la sociedad, nuestros vecinos, etcétera. El círculo es cada vez más amplio. Los budistas dicen: «Me refugio en el buda, me refugio en el sangha, me refugio en el dharma». El primero es el compromiso con la realidad propia, individual. Uno debe examinar si vive de acuerdo con lo que piensa, libre de pensamientos y sentimientos contaminados.
Buda es el símbolo del intelecto despierto. Pero, ¿el intelecto es lo suficientemente agudo para un discernimiento claro? Esta pregunta sólo la puede contestar uno mismo. Si hasta un loco pide comida cuando siente hambre, pues su intelecto está alerta para un propósito, aun cuando sea limitado, más aún tiene que servirle el intelecto al hombre, y para propósitos mucho más elevados.
La segunda etapa es el refugio en el sangha. Así como uno anhela y trabaja para obtener propiedades, bienestar y felicidad para sí mismo, también debe anhelar y trabajar para obtener estas mismas cosas para el sangha (la sociedad) al que pertenece. Sin la sociedad que nos protege y guía, el individuo está perdido como una gota de aceite en una gran extensión de agua. El bienestar individual se basa en el bienestar de la sociedad, el bienestar de una sociedad en el bienestar del país.
La tercera etapa es el refugio en el dharma. Dharma significa la esencia del cosmos, su propia naturaleza; es decir, Prema o Amor Divino. Cuando se busca refugio en el amor que sustenta y alienta el progreso, el individuo, la sociedad y el mundo integran una trinidad sublime.
A la pregunta ¿cuál es el objeto más valioso?, la gente generalmente contesta: «diamantes», «oro». Es verdad que éstos tienen mucho valor, pero, ¿quién les dio tal valor? ¿Quién corta y pule el diamante en bruto? ¿Quién descubre las vetas en las rocas de las profundidades y las convierte en polvo para separar las pepitas de oro? El oro se ha vuelto la base de las negociaciones internacionales. Los diamantes y el oro sólo son cosas materiales; el hombre los ha convertido en objetos preciosos. Pero realmente es el hombre mismo el ser más valioso sobre la tierra. Ha reconocido su singularidad y su importancia al declarar: «Janthognaam narajanmam durlabham». A pesar de esta conciencia, se profana a sí mismo prefiriendo placeres triviales.
Su valor radica en su habilidad para purificar el pensamiento, la palabra y la acción. Los tres instrumentos con los que cuenta mente, lengua y manos tienen que ser santificados para elevarlo al nivel más alto. La palabra puede ser corta y parecer sólo un sonido, sin embargo tiene el poder de una bomba atómica. Cuando a una persona hundida en la desesperación se le dice una palabra de alegría o de bienaventuranza, esto lo llena de una gran fortaleza; y cuando a una persona fuerte y feliz se le dice una palabra de desesperación, se desploma sobrecogida por la tristeza. Las palabras pueden dar fortaleza, pero también pueden quitarla; con ellas se pueden conseguir amigos, pero también pueden convertirlos en enemigos. Pueden elevar o rebajar al individuo. Uno debe aprender el hábito de hacer que las palabras sean dulces, suaves y agradables, pues a las personas se les juzga por sus palabras. Las palabras también infligen daño en otras formas: cuando hablamos despectivamente, o en forma difamatoria, sarcástica o con rencor de otros, las palabras se registran en la cinta que es nuestra mente. Cuando grabamos en una cinta lo que alguien ha dicho, perdura aún después de que haya fallecido. De igual manera, las impresiones y los impactos de los malos pensamientos, las palabras rencorosas y las intrigas perversas sobreviven a nuestra desaparición física. Por lo tanto, nunca usen o escuchen palabras que ridiculicen, denigren o hieran a los demás. La calumnia es el pecado directo. Los antiguos profetas prescribieron el silencio como una disciplina espiritual. Hoy, los estudiantes y maestros pueden obtener grandes beneficios si limitan su habla al mínimo absoluto, usándola sólo para promover gozo y armonía.
Los valores humanos pueden ser cincuenta u ochenta, pero se pueden agrupar en estos tres rubros: pensamientos puros, palabras puras y actos puros: pensamientos, palabras y actos coordinados entre sí. Cuando leen sólo «basura», su chit (conciencia) es contaminada y su sat (ser) se desfigura; ¿cómo puede entonces revelárseles la verdad? Actualmente, las personas son demasiado cobardes para pronunciar las palabras Dios o Alma, aunque vociferan largo y tendido sobre temas irrelevantes e indecentes. Es difícil comprender por qué tienen tanto miedo de pronunciar la palabra Dios. Se sienten libres para proferir falsedades que los alejan de la verdad. Si la Divinidad está ausente, todo es perversidad. Así, los maestros y estudiantes deben tener fe en Dios, llamarlo con valentía y orar; eso expulsará la perversidad que nos rodea. Por supuesto, la vacilación en dirigirse a Dios es sólo superficial; durante los exámenes, todos los estudiantes le ruegan al Todopoderoso. Cuando suceden las desgracias, cuando hay pérdidas, cuando los miembros de la familia son atacados por enfermedades y están en peligro mortal, la gente reza. Entonces, ¿por qué ceder ante el falso orgullo y rehusar aceptar a Dios? Esto es sólo hipocresía.
Otra característica de las personas educadas, de los intelectuales, es su orgullo. Se pavonean con la corona del engreimiento. El orgullo es el muro que oculta al Atma del anatma, la cortina entre ellos, entre la verdad y la falsedad. Este obstáculo tiene que ser eliminado para que se conozca la unidad y se manifieste la Divinidad. Muchos estudiantes desarrollan esa peste llamada orgullo, ya sea po
r su atractivo físico, sus logros escolares o sus recursos monetarios, pero deben estar lo suficientemente atentos para erradicarla lo más pronto posible.
En cierta ocasión, un alumno preguntó a Sócrates: «Maestro, Dios le ha dado al hombre cien años, pero rara vez vive él por tanto tiempo. Se pasa veinticinco años en la niñez, adolescencia y juventud divirtiéndose en juegos tontos; veinticinco años más en los conflictos sociales y familiares y otros veinticinco en repartir proporcionalmente entre los hijos sus bienes. Si sobrevive a los setenta y cinco años, es perseguido por enfermedades o por el pesar debido a la pérdida de algún hijo. No tiene tiempo libre para pensar en Dios. Sería bueno que Dios le concediera veinticinco años más para que pudiera pensar totalmente en Él». Sócrates respondió con una declaración igual de triste: «Hijo, Dios nos ha dado esta gran casa llamada tierra, pero tres cuartas partes de ella son mar, el otro cuarto es en su mayoría montañas, desiertos, lagos y bosques. No tengo lugar dónde vivir», se lamentó.
El alumno lo consoló diciendo: «¿Porqué? Si millones pueden vivir sobre la tierra, usted seguramente podrá conseguir un lugar». Sócrates dijo: «Si tantos miles de millones de pensamientos están grabados en tu mente, tú, hijo, con seguridad encontrarás fácilmente un lugar para tus pensamientos sobre Dios». Sólo los haraganes se quejan de la falta de tiempo para meditar en Dios. «Anhela y encontrarás el camino; ora y recibirás gracia».
El valor que debe ser inculcado es el discernimiento entre lo transitorio y lo fundamental, lo trivial y lo precioso. No digan a los estudiantes que el mundo es una «ilusión» (mithya). Es real, intensamente real, mientras estemos aquí. Dejen que la gente viva con un profundo interés en este proceso. Si para comer, que nos lleva sólo unos minutos, nos tomamos la molestia de convertirlo en toda una experiencia, agradable, deliciosa, entonces, para vivir, que lleva largas décadas, ¿no deberíamos tomarnos la molestia de hacerlo con gusto? ¿Qué es lo que le da sabor al vivir? Buenos pensamientos, hábitos puros, virtudes, buenos actos, ellos proveen encanto y deleite a la vida. No vayan a casa a recostarse en un sillón, con la cabeza henchida por el orgullo de ser un «maestro» o un «estudiante»; compartan con alegría el trabajo que su padre o su madre realizan. Eso hace que la vida sea agradable.
Tanto maestros como estudiantes deben empeñarse sin descanso en el trabajo útil. Cuando se le deja ociosa, la mente vaga hacia las regiones insanas del pensamiento. Los padres llevan a sus hijos a la ruina al darles todo el dinero que piden, la ropa que les gusta, el carro o motocicleta para ir a cualquier lugar, cuando permiten que satisfagan toda clase de deseos. Los maestros deben ver a los padres de sus alumnos por lo menos una vez al mes y advertirles de las malas consecuencias de sobreproteger a sus hijos. Inspiren en sus alumnos el amor a la patria y la disposición al servicio social y la vida sencilla.
En estos días, muchas industrias imparten seminarios y en ello se gastan millones de rupias, la mayoría sin ninguna utilidad. Se ha vuelto un gran negocio. Este seminario no es de esa clase; aquí, cada momento es utilizado tan juiciosamente como se usaría una gota de sangre. En muchos seminarios los oradores invitados no se presentan, sino que van con sus familias a visitar los sitios turísticos; a este seminario, en cambio, los oradores han llegado con amor hacia los temas a discutir; han participado de todo corazón en las deliberaciones, han moldeado las líneas de pensamiento y han ayudado en su formulación. Todos vinieron y se quedaron por amor, cubriendo sus propios gastos, e incluso muchos están tristes por no haber podido compartir esta experiencia gozosa.
Bendigo a los miembros del Reino de Sathya Sai por haber organizado este seminario y por servir tan amorosamente a los participantes. Deseo poner en práctica tan pronto como sea posible las recomendaciones y sugerencias hechas aquí. Hoy mismo, en la sesión de clausura, anunciaré que dentro de poco se establecerá el instituto de capacitación que el seminario ha sugerido. Siempre estoy listo a hacer todo lo que promueva la alegría y la felicidad de estos estudiantes. Ellos son mis verdaderos bienes. Los considero así. Con esta convicción podremos lograr grandes éxitos.
Cumplan con sus deberes como maestros y estudiantes con un espíritu de dedicación al amor y al servicio, y destáquense como claros ejemplos para el país y para el mundo.
Auditorio Sathya Sai
31 VIII 81