Discursos dados por Sai Baba
{SB 09} (30 de 35 discursos 1969)
24. 16/10/69 Un ejercicio de futilidad
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 07 cap. 25 ) Un ejercicio de futilidad 16 de Octubre de 1969 Prashanti Nilayam CULTIVAR LA COMPAÑÍA de los buenos, desarrollar compasión por los afligidos, promover el sentimiento de alegría ante los felices y prósperos y profundizar la indiferencia hacia los malvados; ésa es la antigua y reconocida prescripción para una vida tranquila y apacible. Dios bendecirá a tales hombres y les otorgará su gracia. El nombre de Dios, cuando se pronuncia con sincera alegría, tiene una gran influencia sobre la mente humana. Es como la luz de la luna para las olas del océano interno del hombre, ¡pues es Dios quien está respondiendo desde adentro al llamado de Dios desde afuera! Pero qué pena, la fascinación ejercida por la ciencia que trata del mundo objetivo, con cosas y hechos que pueden ser medidos, pesados o calculados por medio de categorías comprobables de pensamientoha conducido al hombre, que anda en busca de la felicidad, al desolado desierto. Chandramouli Shastri les estaba hablando acerca de los mantras que, cuando son repetidos con fe y pleno conocimiento de sus implicaciones, pueden concederles misteriosas experiencias de la Divinidad. Es decir, el mantra les permite estar en la proximidad de lo Divino que es traído cerca por la potencia de la fórmula cuando es cargada con su propia corriente mental. ¿Qué es un mantra? Man, manana, o la continua reflexión sobre los significados latentes; tra, trana, o el acto de salvar, de capacitarlo a uno para cruzar por encima del dolor. ¿Cuáles son las condiciones bajo las cuales la mente puede cargar el mantra con la potencia requerida? La primera y primordial es: la concentración en un solo punto. Ahora bien, la mente es un instrumento muy pobre porque es burda; corre detrás de demasiados objetos y objetivos. En el momento en que la persuaden de fijar su atención en Dios, divaga y va al cine, a las tiendas, al salón de juegos, etcétera, etcétera. Rara vez se avendrá a morar en la vasta magnificencia de lo divino; cuando la dirigen a lo divino, se comporta como si la estuvieran invitando a enfrentar el diluvio o a toparse con los horrores del infierno. La fe en la Divinidad, esencial para cualquier ejercicio de reflexión sobre ella, está ausente. Esa fe puede venir sólo lentamente, por asociación con los santos, leyendo las vidas y experiencias de las personas santas y ganando experiencia uno mismo. Los cantos devocionales inducen a la fe muy rápidamente. Al comienzo, el Nombre divino debe recitarse obligatoriamente, como una rutina; después, el gusto los atraerá al hábito; la recitación les producirá una alegría inagotable. Hablamos del Loto del Corazón. ¿Por qué? Porque el loto crece en el agua y sale sobre ella y florece al sol. El corazón también debe sacar su sustento de la devoción (bhakti) y florecer por medio de la sabiduría (jñana). La mayoría de los nombres de la Divinidad no tienen sino dos letras o sílabas (Rama, Krishna, Hara, Hari, Datta, Shati, Kali, etcétera); el significado del número dos es que la primera sílaba representa a Agni, el principio del fuego, que quema los deméritos o pecados, y la segunda, el principio de la inmortalidad (amrita), la fuerza restauradora, refrescante, reformadora. Los dos procesos son necesarios: la remoción de las obstrucciones y la construcción de la nueva estructura. Krishna, el Señor, fue cuidado por Yashoda, ¡pero ella no sabía dónde habla nacido él! Ella lo amó y lo trató como si fuera su propio hijo; es decir, su amor era puro y carente de consideraciones egoístas. La parábola debe ser entendida así: nacida en la región del ombligo, la vitalidad divina fue después preservada y desarrollada en la lengua (en Gokula, por Nanda y Yashoda, sus «padres») mediante la constante repetición del Nombre. El principio de Rama es el principio del amor que desciende desde los cielos como un regalo de los dioses, como resultado de El Gran Sacrificio. ¡Rama significa deleite! Nada lo deleita a uno más que el ser innato propio, y por lo tanto a Rama se le conoce también como Atma Rama. ¿Cómo hubiera podido Bharata estar de acuerdo en usurpar el trono, cuando el verdadero heredero era Rama? Él y Satrugna estaban en la capital, Kekaya, cuando Rama fue exiliado y Dasarata murió por el dolor de la separación. Se le enviaron noticias y cuando entró al palacio, ignorante de la doble tragedia que había vertido tristeza sobre la ciudad, pudo percibir alguna calamidad. Vasishta, el preceptor de la familia, ¡!e aconsejó ascender al trono porque el imperio estaba sufriendo un interregno! Bharata suplicó que se le permitiera ir hasta «el Dios de mis oraciones, el Señor que recibe el homenaje de mi incesante adoración». Vasishta le dijo que el mandato de su padre y el consejo de su preceptor era que él debía sentarse en el trono como emperador. Bharata replicó que esa petición era una prueba del gran odio que los padres, la gente, el preceptor y todos en Ayodhya tenían hacia él, pues si lo amaran, ellos no lo presionaran a cometer un pecado de tal magnitud. Bharata permaneció ante Vasishta con las palmas de las manos juntas; él le rogaba: «¿Es justo, es correcto que tú quieras cargarme con el peso del reino que mató a mi padre, enviudó a mis madres, exilió a mi más amado hermano, a quien estimo más que a mi propio aliento, hacia la jungla llena de demonios, junto con su querida y amada reina, y que finalmente le trajo una desgracia indecible a mi madre? Mi imperio es el reino en el cual Rama gobierna, es decir, mi corazón, el cual es demasiado pequeño para contener su gloria». El nombre de Bharata significa que él está saturado con el amor de Rama (Bha significa Bhagavan, el Señor Rama; Rata significa complacido por, feliz de, apegado a). Dejen que el amor de Dios crezca en ustedes, tal como creció en Bharata. Dejen que el sentido de adoración, por el que rechazó inclusive un trono, florezca en ustedes. Entonces ustedes podrán ser de gran utilidad para su país, para su cultura, su sociedad, su religión y su comunidad. O, de otra forma, todo el trabajo y las penalidades que han sobrellevado para asistir a reuniones y escuchar discursos espirituales, estudiar los textos religiosos, etcétera, serán un colosal ejercicio de futilidad. El sistema de educación que pone énfasis en la mera información, las destrezas, las conveniencias y el progreso material, ha endurecido el corazón del hombre, volviéndolo otra arma más en el arsenal de la humanidad. Su intelecto ha sido mellado por la constante repetición de mentiras; el temor y la reverencia que alimentaban las emociones santas en el hombre han sido condenados como anticuados; los santos, los lugares y ríos sagrados son ridiculizados. La India, que durante edades fue el campo de juego de los dioses, la cuna de santos y el gurú de la humanidad, ahora se ha vuelto una mendiga a las puertas de la misma gente que clama por la luz del Vedanta. Conozcan el esplendor de esa luz y vuelen hacia él, alto, más alto, hasta donde sus alas, las alas de la devoción y de la fe, puedan elevarlos. El shastri dijo que es una tarea imposible la de describir los milagros de Swami. ¿Cómo puede nadie describir algo a menos que comprenda el misterio? ¿Cómo puede un hombre parado en la costa, calcular las olas del mar? Nunca podrá contar el total. Para él, la ola con la cual empezó a contar es la primera y la ola en que dejó de hacerlo es la última. Escuchen, reflexionen y sigan el consejo; ésa es suficiente práctica espiritual para ustedes. La primera y principal de mis instrucciones es: «Reverencien a sus padres», especialmente, a la madre. Había una vez un lugar que fue azotado por un huracán de tales proporciones que todas las casas quedaron destruidas y la gente no tenía nada que comer ni ningún lugar dónde refugiarse. Entre los más afectados estaba Ustedes hablan de la Madre Bharata, de la madre patria; cada madre es del mismo aliento, del mismo linaje. La madre, junto con el menor, pedían limosna y se mantenían vivos con lo poco que podían sacar de aquella tierra asolada por el hambre. Pronto, la madre estuvo tan débil que no podía siquiera caminar unos pasos, y el hijo mayor tuvo que ir a mendigar él solo para alimentar a la familia. Cayendo a sus pies, le dijo a su madre que él conseguiría comida para todos. Deseaba evitar que ella hiciera un esfuerzo excesivo que dañara aún más su salud. Pero, ¿cómo podrían vivir los tres si sólo pedía él? El hijo también se estaba debilitando. Con voz apagada y pasos aún más desfallecientes, se dirigió a la casa de un zamindar (recaudador de impuestos) y llamó pidiendo un bocado. La señora de la casa lo llevó adentro y lo condujo hasta una mesa en la que había servido un plato con un poco de comida. Sin embargo, el muchacho permaneció de pie tambaleándose, hasta que cayó pesadamente. El zamindar llegó corriendo y colocó su oreja cerca de la boca del agonizante muchacho con el fin de poder captar las últimas palabras que salieron de sus labios. El chico decía: «¡No, no! Ella debe comer primero, yo comeré después». Podríamos pagar cualquier deuda, pero la deuda que tenemos con nuestra madre nunca podremos saldarla. Aquellos que proclaman ser devotos de la Divinidad tienen que cumplir primero este requisito: deben venerar a su madre. Prashanti Nilayam 16 X 69 |