Discursos dados por Sai Baba
{SB 06} (28 de 45 discursos 1966)
43. 18/12/66 La devaluación del hombre
( Impreso en castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 05 cap. 57 )
La devaluación del hombre
18 de Diciembre de 1966
Prashanti Nilayam
Trichinopoly, Gran Asamblea de Sabios de Prashanti
Hoy en día se suscitan muchas discusiones e inquietudes acerca de la devaluación de la moneda; unos dicen que es un buen paso; algunos, que tiene que hacerse sea bueno o malo, otros arguyen que podría haber sido evitada o pospuesta; pero el resultado neto ha sido ansiedad y preocupación para todos. Sin embargo, más importante y más deplorable es la devaluación del hombre que ha estado ocurriendo sistemáticamente en tiempos recientes. El hom bre es considerado una herramienta, un instrumento y no alguien nacido primordialmente para su propia realización. Cada hombre debe educarse a través de pruebas y errores y lograr la gradua ción alcanzando el pleno conocimiento de su propia realidad.
Tiene un gran destino y está equipado con las destrezas necesarias para lograr ese destino. Él no es una simple víctima de las circunstancias, pero la tragedia es que ha permitido que su equipo se herrumbre por descuido y ha olvidado la meta. El camino que debe atravesar también está cubierto por la hierba que vuelve a crecer y oculta los señalamientos. Ésta es la razón por la cual la Persona que ha hecho el camino ha venido de nuevo para conducir al hombre por él después de unas reparaciones y renovaciones.
Piensen un poco en cómo el hombre ha sido formado desde hace millones de años para este alto destino. Durante el caos cósmico primigenio, había dos fenómenos que luchaban por dominarse uno al otro. Por un lado estaba la lava ardiente vomitada por los vol canes y que emanaba de las grietas y abismos que marcaban la cara horripilante de la Tierra. La destructora conflagración iba por todas direcciones expandiendo el pánico y la muerte, anunciando el fin de todo. Por el otro lado, apenas visibles, microscópicas amibas flotaban furtivamente en el borde del agua o se aferraban desesperadamente a las grietas de las rocas, manteniendo la leve chispa de vida a salvo del fuego y de la inundación. ¿Quién podría haber predicho en ese momento que el futuro estaba en el animálculo, o la amiba, cuya aparición misma se debía a un accidente y cuya sobrevivencia era un enigma? ¿Quién podría haber previsto que estas diminutas partículas de vida podrían resistir triunfantes el ataque devastador del calor y del frío?
Pero esa pizca de conciencia vital, Chaitanya, ganó la batalla.
La sola inteligencia, adaptabilidad y perseverancia en “querer” vivir la ayudó a vencer la mortal furia de los elementos. Por el desarrollo de esta conciencia, la amiba floreció en las varias especies de seres vivientes, gigantescas y microscópicas; finalmente, se convirtió en hombre, y en él tuvo los frutos de la bondad y la virtud, la compa sión y el sacrificio, la oratoria y la música, el canto y la danza, la erudición y la práctica espiritual, el martirio y la santidad, y se volvió un depositario de la Divinidad. ¡Es más, incluso manifestaciones divinas asumieron la forma humana! Ésta es la razón por la cual se dice que el hombre es el cenit de la creación. Ése es el propósito para el cual ha luchado desde la piedra, la hierba, el árbol, el pájaro y la bestia. De ahí que el hombre no deba malgastar el precioso premio que ha ganado; no debe dejarse caer nuevamente hasta el nivel de la bestia; debe ir hacia adelante hasta llegar a la Divinidad. Debe tomar conciencia de su fuerza y debilidades y tener bien claros su meta, su camino y sus poten cialidades. Debe actuar según su valor y capacidad.
El hombre está provisto de la capacidad de separarse de su cuerpo y de los sentidos, de su mente e inteligencia. Él siente y dice:
«mis ojos, mis oídos, mis pies, mis manos, mi mente, mi razón ». Él sabe, en lo profundo de su conciencia, que está aparte de todos éstos; que es su usuario, dueño y amo. Ningún animal se siente diferente del cuerpo; para ellos, son el cuerpo; no saben que son los ocupantes de los cuerpos físicos. El hombre puede, por un simple ejercicio de razonamiento en silencio, descubrir que el cuerpo físico es irreal y temporal. Esto debe llevarlo a vairagya, el desapego, que se logra a través de vichakshana, el análisis, que es el resultado de viveka, el discernimiento.
Una vez que el hombre está libre del indebido apego al cuerpo y sus pertenencias, está también liberado de los impulsos de la ale gría y el dolor, de lo bueno y lo malo, del placer y del dolor, etc. Está firmemente establecido en la ecuanimidad, la fortaleza, el equilibrio imperturbable.
Entonces el hombre descubre que el mundo es su hermano en Dios; que todo es alegría, amor y bienaventuranza. Se da cuenta de que él mismo es todo este mundo aparente, que todas las múltiples manifestaciones son las fantasías de la voluntad divina, que es su propia realidad. Esta expansión de la propia individualidad para cubrir los extremos del universo es el salto más grande que puede dar el hombre. Da suprema bienaven turanza, una experiencia por la cual sabios y santos pasaron años en oración y ascetismo.
El egoísmo es el semillero de la codicia, la envidia, la ira, la maldad, el orgullo y toda la ralea de tendencias rebajantes. Éstas nublan su inteligencia; distraen la atención de la verdad y hacen que lo falso parezca real y lo real, falso. Por eso es esencial limpiar la mente de todos ellos por medio de una práctica regular para sintonizar la pequeña voluntad con la voluntad infinita de Dios para que pueda fundirse en su gloria. La erudición o la destreza, no importa lo profundas y variadas que sean, no tienen ningún poder de limpieza. Sólo añaden orgullo y antagonismo. Los hombres eruditos no son necesariamente buenos ni los hombres con poderes espirituales sobre la naturaleza están por encima del orgullo, la envidia y la codicia. La verdad, la rectitud, la paz y el amor son las señales de un corazón purificado, un corazón donde Dios está guardado y se manifiesta.
El mundo está hoy en día en una profunda aflicción porque el hombre común y sus líderes están perturbados por deseos y motivos bajos que requieren sólo las destrezas y los impulsos in feriores del hombre. Esto es lo que yo llamo devaluación. Aunque el hombre es inherentemente divino, vive sólo en el nivel animal. Muy pocos viven siquiera en el nivel humano en que nacieron.
En lugar de transformar su hogar, su pueblo, su estado y este mundo en una morada de la paz que sobrepasa todo entendimiento, el hombre ha hecho del mundo una arena para las salvajes pasiones de la ira, el odio y la codicia. En lugar de hacer de los sentidos (que son, después de todo, muy pobres guías e informantes) sus sir vientes, los ha hecho sus amos; se ha vuelto esclavo de la belleza externa, de la melodía evanescente, de la suavidad externa, del sabor deleitante, de la frágil fragancia. Gasta todas sus energías y los frutos de todo su trabajo en la satisfacción de las triviales de mandas de estos indómitos subalternos.
Si la mente controla los sentidos, ustedes tienen alegría duradera; cuando los sentidos son los amos, se arrastran en el polvo.
Éste es el resultado más trágico de la devaluación. Cada acto que rebaja la autoridad del discernimiento y honra el canto de sirenas de los sentidos devalúa al hombre. La inteligencia debe ser el señor, el amo. Siempre que los sentidos exijan algo, la inteligencia debe empezar a discriminar, haciendo la pregunta: «¿Es esto un acto acorde con la Divinidad inmanente en mí?». Esto impedirá la devaluación.
El aceptar que el hombre está relacionado con los monos o que es un animal hecho de barro o materia lo devalúa. El hombre o Manava, como se le dice en sánscrito, es una chispa de Madhava o Dios. Él puede florecer en Dios. Él nació para estar perpetuamente feliz, pero en todas partes está en la miseria. Esto es una tragedia; es como el
lavandero que se murió de sed aunque estaba parado hasta las rodillas en la corriente; o como el hombre que cerró sus ojos e iba tropezando en la oscuridad. La fuente de la felicidad está en él, la fuente de la luz está en sus ojos. La verda dera educación debe enseñar al hombre cómo aprovechar este manantial de alegría y luz. Si esta tarea no es emprendida por las escuelas y colegios, deberán hacerlo los padres y mayores y todos los que están deseosos de impedir esta devaluación.
Trichinopoly, Gran Asamblea de Sabios de Prashanti, 18-XII-66