La repetición del nombre de Dios y la meditación (japa y dhyana) no deben juzgarse nunca según meros criterios exteriores. Su esencia es su relación con el Atma. La inmortal experiencia átmica nunca debe mezclarse con bajas actividades del mundo temporal. Tales actividades merecen ser evitadas. Si se les da cabida, si alternamos entre la impaciencia y la pereza, y si estamos siempre preocupados pensando «¿por qué no ha llegado todavía?», «¿por qué está aún tan lejos?», entonces todo se convierte simplemente en japa y dhyana realizados con afán de ganancia, con la mirada puesta en el fruto de las mismas. El único fruto de japa y dhyana es este: la conversión de lo que apunta hacia fuera en lo que apunta hacia dentro; el volver la vista hacia dentro, el ojo interior viendo la realidad de la bienaventuranza átmica. Para esta transformación tenemos que estar siempre activos y esperanzados, sin importar cuánto tiempo nos lleve ni las dificultades que encontremos. No debemos contar el costo, el tiempo ni la dificultad. Debemos esperar el descenso de la gracia del Señor. Esta paciente espera es, en sí misma, la austeridad (tapas) de la meditación. Sathya Sai (Dhyana Vahini, Capítulo 2)