Sepan que despertar del sueño no es más que un nacimiento, y conciliar el sueño es la muerte. Cada mañana, al despertar, recen así: “Oh, Señor, nazco de la matriz del sueño. Hoy estoy decidido a realizar todas las tareas como ofrendas para Ti, contigo siempre presente ante el ojo de la mente. Haz sagrados y puros mis pensamientos, palabras y acciones. Que yo no cause dolor a nadie; que nadie me cause dolor. Dirígeme y guíame en este día”. Y por la noche, cuando lleguen a los portales del sueño, recen: “¡Oh, Señor! Terminaron los trabajos de este día, cuya carga coloqué sobre Ti esta mañana. Fuiste Tú quien me hizo pensar, hablar, caminar y actuar. Por eso deposito a tus pies todos mis pensamientos, palabras y acciones. Mi tarea está cumplida. Recíbeme, estoy regresando a Ti”. Adopten estas oraciones como su plegaria cotidiana. Esta actitud de oración educará de tal modo sus impulsos, que la Inteligencia Interior será plenamente revelada. (Discurso, 27 de julio de 1961)