Cada mañana, apenas se sientan en la cama, háganse esta pregunta: “¿Por qué motivo he venido a este mundo? ¿Cuál es la tarea que se me ha encomendado? ¿Cuál es el triunfo para el cual esta lucha me está preparando? ¿Cuál es la gran victoria por la cual tengo que esforzarme? Deben haber presenciado festivales de carrozas, en los famosos centros de peregrinaje. Las colosales carrozas están espléndidamente decoradas; vigorosas bandas de hombres las acarrean a lo largo de anchos caminos, con música de cornetas y conchas. Acróbatas, bailarines, recitadores, juglares; todos las preceden, aumentando el regocijo de la ocasión. Miles de personas se amontonan a su alrededor, y su atención es naturalmente atraída hacia el entretenimiento que se les proporciona, pero solo se sienten plenamente felices cuando juntan sus palmas y se inclinan ante el ídolo instalado en la carroza. El resto es secundario, incluso irrelevante. Así también, en el proceso de la vida, el cuerpo es la carroza y el Atma es el ídolo instalado en la misma. Ganar, gastar, reír, llorar, padecer, sanar, y todas las diversas acrobacias de la vida cotidiana son solo secundarias a la adoración de Dios, el logro del Atma. (Discurso, 13 de enero de 1969)