Es la Voluntad Divina la que opera en cada uno de nosotros, como el Amor. Es Dios quien incita a la plegaria «Que todos los mundos sean felices», porque nos hace conscientes de que el Dios que adoramos, el Dios a quien amamos, el Dios por quien vivimos, está en todo otro ser, en la forma del Amor. Así, el Amor se expande y abarca toda la creación. Observando con mayor detenimiento, descubrimos que la vida misma es el Amor. No son dos, sino uno. El amor es la naturaleza misma de la vida, así como quemar es la naturaleza del fuego, mojar es la del agua o ser dulce la del azúcar. Cuidamos de una planta solo mientras sus hojas están verdes; cuando se secan, y la planta se convierte en un palo seco, dejamos de amarla. El amor dura en tanto que la vida exista. La madre es amada en tanto haya vida en ella; cuando la vida parte, la enterramos sin el menor remordimiento. El Amor está sujeto a la vida. De hecho, el Amor es la Vida. La persona que no tiene Amor para compartir es como si estuviera muerta. Esta es la razón por la cual el Amor se expande en un círculo cada vez más amplio. (Discurso, 25 de diciembre de 1981)