El cultivo de las buenas cualidades implica desechar todas las malas cualidades. Entre estas últimas, dos son particularmente indeseables. Ellas son: la envidia (asûya) y el odio (dwesha). Estas dos malas cualidades son como dos conspiradoras, una ayuda y apoya a la otra en cada acción. La envidia es como la peste que ataca la raíz de un árbol. El odio es como la peste que ataca las ramas, las hojas y las flores. Cuando se combinan las dos, el árbol, que puede verse bello y floreciente, es totalmente destruido. Similarmente, la envidia ataca a una persona desde adentro y no es visible. El odio se exhibe en formas abiertas. Es casi imposible que haya alguien libre del vicio de la envidia. La envidia puede surgir hasta por asuntos muy triviales y de la envidia, surge el odio. Para librarse del odio, hay que practicar constantemente el amor. Donde hay amor, no habrá lugar para la envidia ni el odio y donde no hay envidia ni odio, hay dicha verdadera. Discurso Divino del 6 de septiembre de 1984.