Los hábitos alimentarios son de la máxima importancia para obtener y mantener la salud. Cuando no son regulados, la salud sufre. Debemos contener la desenfrenada audacia de la lengua. De las 8.400.000 especies de seres vivientes, todas, con excepción de los humanos, viven de alimentos tales como los provee la Madre Naturaleza. Solo el hombre se afana por hacer esos alimentos más sabrosos, más atractivos a los sentidos de la vista, tacto y olfato, hirviendo, friendo y congelando, mezclando, moliendo y remojando. Las consecuencias de esta codicia son mala salud y debilidad. Debemos darnos cuenta de que los materiales alimenticios son realmente más beneficiosos tales como los ofrece la naturaleza. Cuando se aplica calor, pierden los componentes que dan vitalidad, y no pueden conferir fuerza y eficiencia. La persona envejece rápidamente y pierde el vigor de la juventud. Atender las ansias de la lengua y tragar alimentos pesados tres o cuatro veces por día, solo puede aumentar el problema. Solo una ingesta regular y limitada puede dar a una persona la capacidad de cumplir con sus tareas. (Discurso, 20 de noviembre de 1982)